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Chapter 221 - Capítulo 65: El Gorrión entre los Lobos

El clang metálico del cuchillo de Yusuri contra la espada del intruso resonó en la habitación, cortando el silencio robado de la noche. Elton Krusky, balbuceando de terror, había salido disparado del dormitorio, sus pies tamborileando por el pasillo en busca de sus hijos, dejando atrás la escena de la confrontación. La luz de la luna, ahora más generosa, se filtraba por la ventana, revelando la figura del recién llegado: un hombre de estatura media, ágil como un felino, con una capucha oscura que le cubría la cabeza y una máscara simple que ocultaba su rostro, dejando solo a la vista unos ojos penetrantes y una expresión de determinación férrea.

—Soy el Gorrión —dijo el hombre, su voz era grave, con una resonancia que llenaba el espacio, y su mirada, incluso a través de la máscara, irradiaba una certeza inquebrantable—. Y esta noche, el precio de la sangre de los Krusky es demasiado alto para que ustedes, los Valmorth, lo cobren.

Yusuri, impasible, observó al intruso. Sus propios hombres, figuras sombrías vestidas de negro, ya lo habían rodeado. Para el frío ejecutor del linaje Valmorth, el Gorrión era simplemente un obstáculo más, un peón inesperado en el tablero de ajedrez de su señora. No había rastro de miedo ni sorpresa en los ojos de Yusuri, solo la calculada frialdad del deber. Levantó una mano enguantada, una señal clara.

—Maten a este... gorrión —ordenó Yusuri, su voz un susurro desprovisto de emoción, como si se refiriera a una plaga insignificante. Su atención, por un momento, se desvió hacia la puerta por donde Elton había huido, la prioridad del objetivo principal aún vigente.

Los hombres de Yusuri se lanzaron al ataque al unísono, no menos de cinco figuras con cuchillos y garrotes retráctiles que se extendían con un silbido mortal. No eran guardias comunes; eran los "ejecutores" de la Matriarca, entrenados en el sigilo y la brutalidad, acostumbrados a la presa indefensa y a la resistencia mínima. Para ellos, este era solo otro trabajo sucio.

Pero el Gorrión no era una presa común. Su espada, un destello plateado en la penumbra, se movió con una velocidad cegadora. El primer ejecutor, que se abalanzaba con un cuchillo, se encontró con el acero del Gorrión en su camino. La hoja se clavó con un sonido seco, no en la carne, sino en la articulación de su muñeca, bloqueando el ataque. Con un giro brutal y una fuerza sorprendente, el Gorrión torció la muñeca del hombre, arrancándole un grito ahogado mientras el cuchillo caía al suelo. Antes de que el ejecutor pudiera reaccionar, la empuñadura de la espada lo golpeó en la sien con un impacto contundente, y el hombre se desplomó como un saco de huesos.

Los otros atacantes, sorprendidos por la rapidez del Gorrión, se abalanzaron con más cautela. Eran profesionales, y este no era el sirviente asustado al que estaban acostumbrados. Rodearon al Gorrión, buscando una apertura. Dos se movieron en tándem, uno con un garrote que buscaba golpear sus piernas, el otro con un cuchillo que apuntaba a su costado.

El Gorrión se movió con una fluidez impresionante. Saltó hacia atrás, evitando el golpe del garrote, y con un movimiento circular de su espada, la hoja se deslizó bajo el brazo del hombre del cuchillo, atrapándolo. Con un tirón brusco, el Gorrión desarmó al hombre, enviando el cuchillo a chocar contra la pared. El ejecutor, desarmado, intentó lanzarse de nuevo, pero la punta de la espada del Gorrión ya estaba en su garganta, deteniéndolo en seco. El metal frío contra su piel era una promesa de muerte inminente. El hombre se quedó inmóvil, el terror asomando en sus ojos.

Mientras tanto, los otros dos ejecutores, frustrados, intentaron flanquearlo. Eran fuertes, y coordinados, pero el Gorrión era una danza de acero y sombra. Uno de ellos, más robusto, intentó un agarre de lucha libre, buscando inmovilizar al Gorrión para que el otro pudiera clavarle su cuchillo. El Gorrión giró sobre sí mismo, usando la fuerza del impulso del ejecutor para desequilibrarlo. Con un movimiento rápido y potente, le dio un rodillazo en el abdomen, sacándole el aire. El hombre se dobló con un gemido, y el Gorrión aprovechó la apertura para patear su pierna de apoyo, haciendo que el ejecutor cayera de bruces.

El Gorrión no se detuvo. El segundo ejecutor, el del garrote, se lanzó con un golpe descendente. La espada del Gorrión subió para encontrarse con el garrote, un choque ensordecedor que hizo vibrar el aire. Las chispas volaron de nuevo, y el Gorrión, con un giro de muñeca, desvió el golpe con una fuerza inesperada, enviando el garrote a chocar contra el techo. Antes de que el ejecutor pudiera recuperarse, el Gorrión le dio un cabezazo brutal, rompiéndole la nariz con un crujido asqueroso y enviándolo tambaleándose hacia atrás, la sangre brotando de su rostro.

Yusuri observaba la escena con una frialdad que no era de sorpresa, sino de leve molestia. Sus hombres eran competentes, pero este Gorrión, aunque no era una amenaza directa para él, era ciertamente más hábil de lo esperado para un "obstáculo más". Era más un "incordio" que una "amenaza", pero uno que le hacía perder tiempo.

Mientras la lucha se desataba, Elton Krusky, con el corazón latiéndole como un tambor frenético, corría desesperado por los pasillos de su mansión. El terror le daba alas. No era un hombre valiente, y la visión de esos hombres armados y la presencia de aquel "héroe" con la espada había desatado un pánico primal en él.

—¡George! ¡Louis! ¡Anne! —gritaba, su voz pastosa por el miedo, subiendo las escaleras de dos en dos. Su mente estaba fija en la imagen de sus hijos. Louis y Anne, los menores, estaban en el segundo piso, en sus dormitorios contiguos. George, el mayor, en el tercero, en su propia suite con videojuegos y sus amigos ruidosos.

Llegó al segundo piso, su respiración agitada. Las puertas de los dormitorios de Louis y Anne estaban ligeramente abiertas. Louis, de apenas catorce años, dormía profundamente, acurrucado bajo su edredón. Anne, de dieciséis, con sus auriculares puestos, soñaba con mundos lejanos. Elton los agarró a ambos con una fuerza desesperada, sacudiéndolos bruscamente.

—¡Despierten! ¡Nos atacan! ¡Tenemos que irnos! —les susurró Elton, su voz un bramido ahogado por el miedo. Los niños se despertaron sobresaltados, sus ojos grandes y confundidos, sin comprender la urgencia en el rostro de su padre. Pero la visión de su padre, pálido y tembloroso, les infundió su propio terror.

Mientras tanto, abajo, el Gorrión había despachado a tres de los ejecutores, dejándolos inconscientes o demasiado doloridos para continuar la lucha. El hombre que tenía la espada en la garganta se había rendido silenciosamente, y el del garrote gemía en el suelo. Solo quedaban dos ejecutores contra el Gorrión, y su expresión era de un respeto forzado, mezclado con la furia de haber sido superados.

Yusuri, con un movimiento casi imperceptible, se había acercado a la acción. No había desenvainado otro cuchillo; su plan inicial de un golpe silencioso había sido comprometido. Ahora, su objetivo era neutralizar al Gorrión y continuar con la misión. Observaba al Gorrión, calibrando sus movimientos, su estilo de combate, buscando su punto débil. Sabía que no podía prolongar esto; la discreción se había ido por el desagüe. La Matriarca querría un informe, y la eliminación debía ser rápida.

El Gorrión, con una agilidad sorprendente, esquivó un golpe doble de los dos ejecutores restantes y, con un giro de su cuerpo, desarmó a uno de ellos con un movimiento fluido de su espada, dejando al hombre con una mano abierta y temblorosa. El otro atacante se lanzó con una patada alta, pero el Gorrión la bloqueó con su brazo, absorbiendo el impacto con una fuerza inesperada.

Mientras tanto, Elton, con Louis y Anne arrastrándose a su lado, subía con dificultad al tercer piso. El sonido de la refriega era un eco sordo bajo ellos, pero la adrenalina les impedía prestar atención. La puerta de George estaba cerrada. Elton golpeó con furia.

—¡George! ¡Abre! ¡Ahora! —gritó Elton, su voz desesperada.

Adentro, la música sonaba a todo volumen. Elton lo sabía. George estaba en su propio mundo. El pánico se apoderó de él. Si Yusuri lo alcanzaba...

En el dormitorio principal, el Gorrión había logrado desarmar al último ejecutor, dejándolo con solo sus puños contra una espada mortal. El Gorrión dio un paso atrás, su postura de guardia era impecable, su respiración tranquila. Había demostrado ser un guerrero formidable, capaz de enfrentar a varios atacantes entrenados a la vez.

Yusuri dio un paso adelante, su figura emergía completamente de las sombras, su presencia ahora más imponente. Los ejecutores caídos o desarmados a su alrededor, o el rastro de sangre en el suelo no le afectaban. Para él, el Gorrión era una molestia, un obstáculo irritante. Pero uno al que ahora dedicaría su atención personal.

—Un truco interesante, Gorrión —dijo Yusuri, su voz fría como el acero recién forjado—. Pero subestimas el alcance de mi linaje. Y el precio que estamos dispuestos a pagar. Esto acaba aquí.

Yusuri adoptó una postura de combate, sus manos desnudas, pero cada una de ellas era una herramienta de muerte. La verdadera pelea estaba a punto de comenzar.

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