SELENE.
Kazajistán
El viento golpeaba con fuerza, y la nieve era como agujas blancas sobre el rostro. Llegamos hace unas horas, pero el frío parecía tener décadas aquí, incrustado en las paredes de esta base subterránea de V.I.D.A. en Kazajistán.
La escarcha cubría las paredes metálicas del hangar principal, y nuestros equipos aún no terminaban de acomodarse. Algunos drones de reconocimiento descansaban en posición de espera, y el sonido del generador viejo retumbaba a lo lejos. Había una paz tensa… como si la tierra misma supiera que algo se avecinaba.
"Temperatura bajo cero, vientos de más de 40 kilómetros por hora…" murmuró Cherry, frotándose las manos mientras salía detrás de mí. "¿No había una opción menos suicida para reubicarnos?"
"La hubo" respondí sin girarme. "Pero no era parte del plan."
Ella no dijo nada más. Solo caminó a mi lado, mientras los demás descargaban las armas, las cajas de suministros y los módulos de análisis. Silva y Dante discutían por la calibración de uno de los vehículos blindados, y Hexa ya estaba dentro de la sala de comunicaciones, intentando hacer que las antenas rompieran el bloqueo de señal que había en el área.
Entré al centro de mando. El calor era escaso, pero al menos no congelaba los pulmones al respirar. Frente a las pantallas, los mapas de la región se actualizaban poco a poco. Zonas rojas. Rutas sospechosas. Señales débiles, pero persistentes.
"¿Qué tan lejos está la zona de actividad de I.F.L.O.?" Pregunté.
"Doscientos treinta y dos kilómetros al noreste" respondió Hexa por el comunicador. "Pero hay interferencia… y hay algo más. Se detectaron señales de vida en una antigua instalación minera, aunque no son humanas. Quizás drones. Quizás algo peor."
Mis dedos se crisparon un segundo. El frío no era lo que me tensaba el cuerpo.
"Prepárense. No vinimos a congelarnos. Vinimos a cazar respuestas.'
Porque aunque esta nieve lo sepulte todo… hay verdades que ni siquiera el invierno puede enterrar.
La noche cayó rápido, como un telón pesado, dejando al mundo envuelto en una oscuridad que parecía tragarse incluso nuestras luces tácticas. Desde la superficie apenas se veía nada más allá de las ráfagas de nieve y el cielo opaco. Pero dentro de la base, la actividad era constante, incluso si nuestras caras mostraban el peso del viaje y el frío.
Me encontraba en la sala de mapas con Hexa, quien no despegaba los ojos de los monitores. Sus dedos volaban por el teclado con precisión quirúrgica, mientras algoritmos corrían intentando descifrar los patrones de movimiento en la región. Cada tanto soltaba un gruñido o una maldición apenas audible.
"¿Problemas?" Pregunté, cruzándome de brazos.
"No con el sistema" respondió sin mirarme. "Con lo que no estoy encontrando. Si están aquí, se están escondiendo bien."
Silva y Cherry estaban en el pasillo lateral, afinando los rifles. Cherry, como siempre, hacía comentarios molestos para animar el ambiente. Silva simplemente asentía o gruñía, dependiendo de su humor.
"Podrías reírte, al menos una vez" le dijo Cherry, empujándola con el hombro. "Hace más calor cuando alguien sonríe."
"Prefiero congelarme" fue la respuesta seca de Silva, sin dejar de revisar el cargador de su rifle.
Dante e Iván trabajaban con Jackal en la zona de blindaje. Estaban reforzando el frente de uno de los buggies artillados por si la nieve nos obligaba a desplazarnos por terreno difícil. La radio portátil de Jackal dejaba escapar una música instrumental suave, una rareza considerando sus gustos.
—"¿No tenías una lista de reproducción de metal?" le preguntó Iván, mientras soldaba una de las placas.
"No quiero asustar a la nieve" bromeó Raúl con su típica sonrisa torcida.
April y Stitch estaban organizando las reservas médicas y técnicas en uno de los compartimientos interiores. April llevaba el rostro cubierto con una bufanda térmica, pero aún así sus ojos dejaban claro que estaba cansada. Stitch, como siempre, parecía en su propio mundo, tarareando algo mientras pasaba una y otra vez por el inventario.
"¿Cuánto tiempo crees que nos quedaremos?" Preguntó April en voz baja al verme entrar.
"Hasta encontrar lo que vinimos a buscar" respondí con firmeza.
Se hizo un breve silencio, roto solo por el sonido de la calefacción chillando al encender. Mis ojos recorrieron a cada uno de ellos. Esta era mi unidad. No perfecta, no estable… pero mía.
"Mañana nos dividiremos en dos equipos" dije alzando la voz para que todos escucharan. "Hexa y yo dirigiremos uno. Jackal el otro. Irán a la zona minera. No entraremos sin saber qué nos espera, así que prepárense para lo peor. Si lo que encontramos aquella vez es real… puede que estemos frente a una de sus bases."
"¿Otra maldita máquina como la que enfrentó Leto?" Preguntó Dante con el ceño fruncido.
"No lo sabemos aún. Pero si hay algo, no será amigable."
Un silencio tenso se apoderó del lugar. Nadie quería decirlo en voz alta, pero todos lo pensaban: si Leonardo terminó como terminó… ¿qué nos esperaba a nosotros?
"Vayan a descansar" ordené finalmente. "Salimos al amanecer. Y recuerden… V.I.D.A. no sangra en vano."
Cada uno regresó a lo suyo. Pero sabía que ninguno dormiría del todo.
"Esto es raro," dijo Cherry por el comunicador.
"¿Que es raro?" Pregunto April.
"No escucharlo." Respondió Cherry.
"Lo sé, no eres el único que lo extraña. Pero al mismo tiempo me siento aliviado que si de verdad se fue, entonces ya no tendría que vivir como lo hacemos nosotros " dijo Stitch por el comunicador.
"De no haberlo rescatado, capaz seguiría sufriendo haciendo que sane que cosa." La voz de Camila se escuchaba cansada, como mucho de todos nosotros.
"Debimos llevarlo de regreso a Estados Unidos cuando tuvimos la oportunidad" dijo Iván.
"¿Y qué hubiéramos logrado con eso?" preguntó Jackal, con ese tono entre molesto y resignado que usaba cuando algo le dolía más de lo que quería admitir.
"Estados Unidos no lo reclamó. Nunca lo hizo. Solo sabían que era uno de los suyos cuando ya lo habíamos convertido en uno de los nuestros."
Hubo un breve silencio en la línea.
Yo permanecía de pie, recargada contra la pared de concreto. No activé el comunicador aún. Solo escuchaba.
"Era como un perro callejero," murmuró April, "solo que más leal y más fuerte que cualquiera de nosotros."
Cherry suspiró. "¿Y más tonto?"
Se escuchó una pequeña risa de fondo, probablemente de Dante.
"Yo lo extraño," dijo Hexa, por fin rompiendo su silencio. "Era molesto a veces. Silencioso, terco… pero cuando se trataba de lanzarse al fuego, no dudaba. Ni una sola vez."
"Se tiró solo contra una máquina de guerra. ¿Quién hace eso?" murmuró Camila.
"Alguien que cree que su vida vale menos que las de nosotros," respondí, por fin activando mi canal.
El canal quedó en silencio unos segundos.
"Selene…" comenzó Stitch, pero lo detuve.
"No lo digo como crítica. Lo digo porque lo entiendo. Leonardo nunca quiso ser un héroe. Solo quería… hacer que el dolor valiera la pena. Que todo lo que perdió significara algo."
"¿Crees que de verdad se fue?" preguntó Dante, más suave de lo normal.
Miré hacia una de las ventanas blindadas, donde el viento azotaba la nieve con furia.
"No lo sé. Pero si lo hizo, si de verdad dejó todo atrás… entonces por primera vez en años, Leo eligió. Eligió vivir."
Silencio.
"Entonces… brindemos por él cuando volvamos," dijo Cherry.
"Y si sigue vivo, que esa maldita suerte que siempre tuvo le siga funcionando," agregó Raúl.
"Y si está muerto…" susurró Hexa, "que no sea en vano."
"April," dijo Iván con voz entre incrédula y fascinado, "¿¡cómo que le hiciste el favor a Leto!?"
Hubo un silencio brutal en el canal.
El tipo de silencio que grita.
"…¿Qué?" soltó Cherry, rompiéndolo con una carcajada ahogada. "No, espera, espera. ¿¡QUÉ!?"
"Yo también quiero detalles, solo por salud mental," agregó Dante, sarcástico.
"¿De verdad vamos a hablar de esto ahora?" murmuró April con ese tono neutro y cansado que usaba cuando no tenía ganas de seguir el juego, pero tampoco podía ocultar lo obvio.
"¡Sí!" respondió Cherry sin pensarlo.
"Sí," añadieron casi todos.
Yo no dije nada, pero apreté los labios para no reír. Hexa tampoco dijo nada, pero estoy segura que estaba igual que yo, recargada en alguna pared, aguantándose la risa o la sorpresa.
April suspiró, largamente.
"Fue hace más de un año," dijo por fin.
"Estábamos en la base en Sudáfrica, solos, en una misión que salió mal… o bien, depende de cómo lo vean."
"¡¿Y nunca dijiste nada?!" explotó Camila.
"No era algo que tenía que decir," replicó April, con calma. "Y tampoco fue un drama. Él estaba nervioso, como siempre. Me preguntó cosas, dudó… y luego simplemente… se dejó. Y lo hizo bien."
"¡¿Lo hizo bien?!" repitió Cherry como si el mundo se estuviera acabando.
"Sí. No fue un desastre. Fue… tranquilo. Íntimo. Y no se volvió a repetir," concluyó April, seca.
"Woooow," murmuró Dante.
"Eso explica por qué dejó ese mensaje. Sabía que Cherry no lo iba a soltar nunca," comentó Jackal.
"Y tú, April," dijo Iván, aún procesándolo, "¿lo hiciste porque te gustaba o…?"
April guardó silencio unos segundos. Luego, habló con voz suave.
"Lo hice porque era Leo. Porque vi en él algo que muchos no ven: que debajo de toda esa rabia contenida, del silencio, del dolor… había un chico que nunca supo lo que era el cariño sincero. Y por una noche… quise que lo conociera."
Otra vez, el silencio.
Uno distinto.
Más pesado. Más real.
"…Demonios," dijo Cherry, "ahora sí me siento como un idiota por molestarlo tanto."
"Siempre fuiste un idiota," murmuró Stitch.
Todos se rieron, incluso April. Incluso yo.
Y por un momento, solo un instante, Leonardo parecía estar con nosotros otra vez.
***
LEONARDO.
"¿Dejaras está vida entonces?" Pregunto Lucía mientrase veía cambiarme de camisa.
"No lo dejaré, solo me iré y regresaré, debo darle un final tanto a luis como a su familia, ya ha pasado mucho tiempo aunque ya lo hayan dado por periodo."
"¿Entonces cuando regreses a donde irás?"
"A dónde sea." Respondí mientras Lucía me colocaba una venda nueva en el brazo.
"¿No buscarás a tu familia?"
La mire, dejando aún lado lo que hacía, "Lucía.." .Dije pero ella levantó su mano y me detuvo.
"Se lo que me dijiste Leonardo, pero si tú irás a darle un final a Luis y su familia, ¿Porque no darte un final a ti también?" Me miró a los ojos, con un poco de esperanza y tristeza.
Suspiré pesadamente, "porque no se nada de mi, no tengo un indicio alguno, y aunque lo tuviera, ni siquiera recuerdo cómo eran ellos o como me trataba."
Lucía no dijo nada por un momento, solo se quedó ahí, en silencio, mientras sus dedos terminaban de ajustar la venda. La calidez de su contacto contrastaba con la frialdad que había quedado en el aire tras mis palabras.
"Tal vez no se trata de recordar cómo te trataban," dijo finalmente, su voz más baja, "sino de darte la oportunidad de volver a sentirlo. No por ellos… sino por ti."
Aparté la mirada. Las paredes metálicas de aquella habitación me parecían más familiares que cualquier recuerdo de infancia. ¿Cómo se supone que buscas algo que no sabes si alguna vez existió? Luis… al menos él tenía una cara, una voz, un recuerdo cálido en medio de todo lo podrido. Yo… yo solo tenía silencio.
"Luis me dio una parte de sí antes de morir," dije con suavidad. "Lo único que puedo hacer por él ahora es llevar esa parte al lugar correcto. A su casa, a sus padres. Que sepan que su hijo fue valiente, que me salvó. Que no murió como una víctima más."
Lucía se quedó quieta. Y luego, con una voz tan firme como suave, susurró:
"Y tú también mereces volver a casa, Leonardo. Sea donde sea."
Me encogí de hombros. "Tal vez. Pero primero… primero termino con esto."
Me puse de pie. La camisa limpia me quedaba grande, pero al menos no estaba manchada de sangre ni polvo como la anterior. Al fondo, el comunicador emitía una luz suave. Sabía que la señal estaba lista. El transporte también. Era hora de irme.
Lucía se acercó, y sin decir nada, deslizó una pequeña pulsera en mi muñeca. La miré, confundido.
"Es de los nuestros," dijo. "Para que sepas que no estás solo… incluso si no sabes quién eres."
Asentí, tragando el nudo en mi garganta.
"Gracias, Lucía."
Ella sonrió, apenas, con los ojos húmedos.
"Regresa, Leto."
No prometí nada.
Porque aún no sabía si podría hacerlo.
Cuando estaba por tomar la mochila que me habían preparado, Lucía volvió a hablar, su voz calmada, como si intentara no romper algo frágil que flotaba entre nosotros.
"Ya te dije en qué parte de Estados Unidos vivo, ¿verdad?" dijo, mientras me seguía con la mirada.
Me detuve en seco, sin girarme del todo, pero escuchándola con atención.
"Por si decides quedarte allá… por si decides no regresar a esta vida. Si alguna vez… si alguna vez solo quieres tomar un café, o ver una cara conocida que no te pida nada a cambio, sabrás dónde encontrarme."
Giré apenas el rostro, lo suficiente para verla desde el rabillo del ojo. Sus manos apretaban su bata blanca, como si al hacerlo pudiera contenerse a sí misma.
"Lo recordaré," le dije, con una media sonrisa que no sabía si era triste o agradecida. "No prometo nada… pero lo recordaré."
Lucía asintió en silencio, y aunque no hubo más palabras, sentí que, con eso, me estaba diciendo mucho más que cualquier discurso.
Crucé la puerta, y con cada paso, el mundo al que pertenecía se hacía más lejano… pero por primera vez en años, no me sentía solo.
Tal vez no sabía quién era yo antes… pero ahora, al menos, sabía a dónde iba.
El frío de la madrugada golpeó mi rostro apenas salí del hospital. Era un frío seco, cortante, que se metía por entre las costuras de la ropa como si quisiera recordarte que estás vivo. Y dolía… pero también ayudaba.
Me mantenía despierto, enfocado.
Caminé por el sendero de tierra apisonada, bordeado por cercas improvisadas y tiendas médicas ya medio desmontadas. A lo lejos, el sonido de los motores diésel encendiéndose rompía el silencio matutino.
El convoy se estaba preparando para partir. Tres camiones de carga, una ambulancia y dos vehículos más pequeños. Todos iban rumbo al aeropuerto de la base, llevándose a los civiles rescatados que estaban en condiciones de viajar.
Algunos de ellos me reconocieron al verme. Me miraban con curiosidad, otros con respeto, otros con miedo. Quizá porque sabían que yo no era un civil como ellos.
Que venía de un mundo donde las balas hablan más que las palabras.
Uno de los soldados a cargo del convoy —un tipo joven con una barba apenas crecida y el uniforme manchado de polvo— me saludó con la cabeza.
"¿Listo para irte?" preguntó.
Asentí, sin decir mucho.
"Te toca el segundo camión. Hay espacio al fondo."
Subí por la parte trasera, moviendo con cuidado el brazo aún vendado. El interior del camión estaba frío por ahora, pero al menos protegido del viento hasta que amaneciera.
Había mantas, algunos termos con agua caliente y frías, y un par de rostros cansados pero tranquilos. Me senté en un rincón, mirando por la lona a medio enrollar cómo el hospital se alejaba, cómo Lucía no había salido a despedirse… y tal vez era mejor así.
Apretando el borde de la mochila con fuerza, saqué el collar de Luis del bolsillo interior y lo sujeté con ambas manos. Ya no era una simple misión. Ni venganza. Ni redención. Era algo que debía hacerse. Por él. Por su familia. Por mí.
El motor rugió. El camión comenzó a moverse. Y yo, una vez más, partía hacia lo desconocido.
El sol seguía saliendo, la temperatura aumentaban gradualmente y el convoy avanzaba por un camino serpenteante de tierra rojiza, flanqueado por la densa vegetación selvática. El calor pegajoso se filtraba por cada rendija del vehículo, y el zumbido de los insectos era tan constante como el traqueteo de los neumáticos sobre piedras sueltas y raíces que asomaban del suelo.
El camión donde iba estaba cargado con mochilas, cajas de suministros y algunos civiles en silencio. Aún faltaba un buen tramo hasta el aeropuerto improvisado de la base, donde el siguiente vuelo humanitario partiría.
En medio de ese silencio, uno de los soldados australianos que venía en la parte delantera abrió la ventanilla lateral. El viento cálido entró de golpe, levantando algo de polvo y haciendo revolotear papeles mal asegurados.
El soldado, de piel bronceada y tatuajes visibles hasta el cuello, giró la cabeza hacia mí. Habló en su idioma, pero entendí cada palabra.
"Eh… tú, el silencioso."
Tenía una voz rasposa, relajada pero con el filo de alguien que no confía fácil.
"Dicen que estuviste en cosas feas… que no eres solo un sobreviviente."
Hizo una pausa, como si esperara que respondiera, pero siguió sin esperarlo.
"Si nos emboscan en algún punto, podemos pasarte un arma. Solo… asegúrate de no dispararnos por la espalda, ¿sí?"
Desde mi lugar, le sostuve la mirada sin cambiar el gesto.
Él soltó una media sonrisa, cerró la ventanilla de nuevo y comentó algo con su compañero que se rió, no lo suficientemente bajo como para que no los oyera.
Volví a recargarme contra la estructura metálica del camión, el calor comenzaba a pegar con más fuerza.
No me molestaba que dudaran de mí.
Me molestaba que aún no decidía si su desconfianza era injusta… o merecida.
El sol ya se había alzado por completo sobre las montañas, y su luz atravesaba las copas de los árboles como cuchillas doradas. A pesar de que técnicamente el invierno se acercaba en esta región, el calor se sentía en cada poro, haciendo que el aire dentro del camión fuera espeso, cargado y pegajoso. El sudor comenzaba a empapar las camisas de los civiles y soldados por igual.
Avanzábamos lento pero constante hasta que, de repente, el estruendo de voces agitadas se escuchó desde el frente del convoy. No eran gritos de pánico, pero sí urgentes. Me enderecé al instante.
Los motores se apagaron uno a uno. Luego se oyó el inconfundible chasquido de botas bajando de los vehículos.
Instantes después, los pasos firmes de los soldados rodearon el camión y uno de ellos —el mismo australiano que me había hablado antes— subió por detrás, esta vez usando el idioma que todos podían entender.
"Cambio de planes. Todos ustedes serán movidos al camión de enfrente."
Las miradas se cruzaron entre los pasajeros, confundidos.
"Recibimos una transmisión. El hospital donde estaban... está bajo ataque. Algunos de nosotros debemos regresar a apoyar. Los civiles seguirán al punto de evacuación con el grupo del frente. Los que no se muevan rápido, se quedan atrás."
Yo no hice preguntas. Me levanté, aseguré la venda del brazo con un nudo rápido y salté al suelo seco.
Mientras ayudaban a una madre a bajar a su hijo, un soldado con casco y gafas negras me entregó una botella de agua sin decir palabra.
El hospital...
Lucía.
"Voy con ustedes," dije con firmeza, mi voz más seca que el aire que nos rodeaba.
El soldado australiano se giró, el mismo que me había ofrecido un arma antes. Me miró de arriba abajo, luego negó con la cabeza.
"Estás herido, ni siquiera deberías estar caminando. No eres estable para combate, y no vamos a cargar con un civil que podría desmayarse a medio tiroteo."
"No voy a desmayarme," respondí sin titubear mientras ajustaba la mochila que apenas contenía lo indispensable. "No voy a quedarme cruzado de brazos mientras el lugar donde me salvaron la vida está en peligro."
"No es tu pelea."
"Ya lo sé," dije, acercándome más a él, lo suficiente para que me escuchara sin que los demás pusieran atención. "Pero si no fuera por ustedes, estaría muerto en una zanja. Considera esto una muestra de agradecimiento. Déjenme pelear, o al menos, cubrirlos."
Por un momento no dijo nada. Me sostuvo la mirada como si tratara de medir si hablaba en serio... o si me rompería con el primer disparo.
Finalmente suspiró.
"Apenas puedes levantar un brazo, maldito lunático..." gruñó. "Pero está bien. Tú mismo te lo estás buscando. Te daremos un arma, pero si me apuntas siquiera por error, te dejo tirado. ¿Entendido?"
"Entendido," respondí con un tono que no dejaba lugar a dudas.
"Entonces súbete," ordenó, señalando el camión que regresaría al hospital. "Y no mueras... nos arruinarías el récord."
La mujer rusa me entregó un chaleco antibalas de un color gris sucio y un casco que parecía haber visto mejores días.
Agradecí con un asentimiento mientras me lo colocaba, el peso inmediato sobre mis hombros y pecho me recordó lo real que era esta situación. Luego me pasó un cinturón de munición y varias armas.
Tomé las armas, la pistola la metí en su funda, ajustándola bien sobre mi pierna derecha, a pesar del dolor que me recorría por el costado al hacer el movimiento. El peso del arma sobre mi cuerpo, la presión de la funda bien apretada en la pierna me daba una sensación extraña, como si, aunque herido, estuviera de nuevo en un terreno donde todo lo que importaba era sobrevivir.
"¿Qué tienen en el hospital para defenderse?" Pregunté, no con miedo, sino con pragmatismo. A pesar de que mi cuerpo no estaba en su mejor estado, sabía que necesitaba entender con qué contábamos, si íbamos a enfrentarnos a lo que parecía ser un ataque inminente.
El soldado ruso que estaba cerca de mí, un hombre corpulento con cara de pocos amigos, fue el primero en responder, su tono grave se mezclaba con la tensión del momento.
"Hay personal con conocimiento militar," dijo, casi como si no le importara explicar.
"Veteranos retirados, soldados de los otros países en el voluntariado. No es mucho, pero son hombres y mujeres con experiencia."
Otro de los soldados, este con una chaqueta de camuflaje un tanto ajada, añadió: "En cuanto al armamento, tenemos lo esencial, nada avanzado. El hospital no es una fortaleza, pero sí tiene lo necesario para defenderse de un ataque. Armas pesadas, buena cantidad de munición, algunos explosivos."
Eso hizo que mi mente comenzara a girar, considerando cada detalle. Lo esencial... armas pesadas... no era lo mejor, pero en este tipo de situaciones, lo esencial podría ser más que suficiente.
"¿Explosivos?" Pregunté, alzando una ceja. "¿Cuántos?"
"Unas cuantas bombas, granadas de mano y unos cuantos C4. No mucho, pero suficiente si se usa de forma estratégica."
Asentí, procesando rápidamente la información. A pesar de mi estado, tenía claro que si todo esto se desmoronaba, nuestra mejor opción sería usar lo que tuviéramos de manera eficaz, sin dudar. A veces, el simple hecho de tener lo básico era lo que te daba la ventaja, si lo usabas en el momento adecuado.
"Perfecto," murmuré, ajustando mi chaleco con más firmeza.
Siguió un breve silencio mientras los soldados se ajustaban sus propios chalecos y armas. Todos sabían que en cualquier momento las cosas podían complicarse, pero mi mente no dejaba de trabajar, buscando detalles que pudieran marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
"¿Cómo trabajan ustedes en situaciones como esta?" Pregunté, sabiendo que su respuesta podría darme pistas sobre sus tácticas. "Es decir, ¿cómo coordinan el ataque y la defensa? Mi forma de hacer las cosas es diferente, y necesito saber cómo piensan, cómo se mueven, cómo toman decisiones."
El soldado corpulento que me había hablado antes, un tipo con un rostro duro y una mirada penetrante, me miró por un momento antes de responder. "Cada unidad tiene su función. Aquí, la prioridad es asegurar el perímetro del hospital y proteger a los civiles. No es cuestión de entrar en confrontación directa a menos que sea necesario. Cuando las cosas se ponen feas, dividimos las fuerzas: algunos se encargan de los civiles, otros cubren las rutas de escape, y los más experimentados se ocupan de los enfrentamientos."
Asentí, procesando. Yo solía ser más de atacar rápido, sin darles tiempo a reaccionar. Pero aquí no sería lo mismo, no podía arriesgarme a perder el control por actuar impulsivamente. Ellos tenían un enfoque más estructurado.
"¿Y cómo comunican las órdenes en medio del caos?" Pregunté, queriendo entender cómo funcionaban durante una crisis. Mi estilo era más directo, dependía de un solo canal de comunicación, pero eso podría ser insuficiente aquí.
"Usamos canales asignados," dijo otro de los soldados, una mujer de pelo corto y ojos duros. "Cada miembro tiene su canal designado, y nos mantenemos en contacto constante. Si la situación empeora, se activa el protocolo de emergencia y todo el personal se comunica a través de un canal común."
Me sentí un poco más tranquilo con esa información. Tener canales separados para cada unidad significaba que la coordinación sería más clara, y si algo salía mal, todo el equipo estaría al tanto al instante.
"Entendido," dije, asintiendo mientras ajustaba la funda de mi pistola. "Voy a necesitar acceso rápido a ese canal común. No sé cómo piensan, pero en mi mundo, la comunicación constante y clara es lo único que puede salvarnos."
Sin esperar respuesta, saqué una pequeña radio de mi chaleco, conecté un canal rápido y entregué la radio al soldado que estaba más cerca de mí. "Este es un canal seguro. Asegúrense de que esté operativo para mí. Lo usaré si la situación se sale de control."
El soldado la tomó con una ligera sorpresa en el rostro, pero no dijo nada. Estaba acostumbrado a ver equipos improvisados en situaciones extremas. Solo asintió, asegurándose de que la radio fuera correctamente conectada.
"Lo tendremos listo," dijo.
Con todo en su lugar, tomé un último vistazo a mi alrededor, observando a los demás soldados y civiles.
Sabía que no importaba cuán bien planificado estuviera todo, la situación podía cambiar en cualquier momento.
Y mientras me preparaba para lo que viniera, lo único que podía hacer era estar listo para todo.
El vehículo saltó abruptamente, haciendo que el impacto me golpeara con fuerza contra el asiento, el dolor recorriendo mi torso. Escupí un poco de sangre, pero rápidamente lo limpié con la mano. No era nada grave, solo un recordatorio de lo malherido que seguía, pero ya no podía permitirme mostrar debilidad.
"Maldita sea," murmuró uno de los soldados australianos, mientras se sujetaba del asiento con más fuerza. "¿Es que los coreanos conducen siempre así? ¿O sólo cuando están siendo atacados?"
Un soldado estadounidense, que había estado revisando el mapa en su dispositivo, levantó la mirada y dijo: "En serio, estos caminos son una pesadilla, pero a este paso llegaremos más rápido de lo que pensamos."
El comentario sobre los coreanos me hizo sonreír, a pesar del dolor que aún sentía. No podía culparlos, había conducido en esas condiciones y sabía lo difícil que era, pero en ese momento solo quería llegar al hospital y asegurarme de que las cosas no empeoraran.
"¿Cuánto más falta?" Pregunté, intentando que mi voz sonara más firme de lo que me sentía.
El estadounidense volvió a mirar el mapa. "Si seguimos como vamos, menos de una hora. Pero eso dependerá de lo que encuentremos en el camino."