El grupo seguía avanzando entre la maleza, apartando ramas y esquivando raíces mientras el sol comenzaba a ocultarse entre los árboles. Carlos, con el rostro serio y algo de sudor en la frente, suspiró con fuerza y rompió el silencio.
Carlos: "Me arrepiento de muchas cosas… de no haber hecho otras también."
Lilian: "¿De qué hablas?"
Carlos: "De que nunca besé a una chica… Y de haber pensado cosas malas de la profesora Julia cuando me regañó."
Sofía: "¿Qué cosas pensaste?"
Carlos: "Nada grave… Solo que ojalá se le descargara su asistente virtual justo cuando lo necesitara."
Los demás se rieron.
David: "Bueno, todavía puedes besar a alguien… aunque en este bosque no hay muchas opciones."
Moisés: "Y sobre la profesora… No creo que ella supiera lo que pensaste, a menos que los escáneres neuronales de la escuela ya sean tan avanzados."
Carlos: "No, pero aún así me sentí mal. A veces olvido que vivimos en un mundo donde todo queda registrado."
Mientras hablaban, el grupo se detuvo al notar algo extraño frente a ellos. Entre los árboles, un claro se abría, dejando ver un espacio sin vegetación. En el centro, una estructura de metal oxidado emergía del suelo: una puerta rota que parecía llevar a un lugar subterráneo.
Se miraron entre ellos, sin saber quién bajaría primero.
Sofía: "Creo que deberíamos jugar a la suerte."
Sacaron una moneda de nano-metal y la programaron en "aleatorio". La lanzaron al aire, y al caer, la interfaz digital en su superficie mostró el nombre de quien debía entrar primero.
David: "¡Moisés primero!"
Moisés: "Qué conveniente…"
Uno por uno descendieron por la abertura, entrando a un pasillo oscuro y polvoriento. El aire estaba pesado, con un olor a humedad y algo más… algo que les puso la piel de gallina.
Dentro del laboratorio subterráneo, los chicos se quedaron en silencio, observando a su alrededor. Las paredes tenían marcas de quemaduras, el suelo estaba cubierto de papeles rotos y el olor era cada vez más fuerte. Algo había sucedido aquí… y no parecía haber sido algo bueno.
Los chicos entraron con cautela al laboratorio subterráneo. El olor a quemado y a algo químico desconocido los hizo fruncir el ceño. La pizarra, ennegrecida por el fuego, tenía solo unas pocas ecuaciones visibles en la parte que no había sido devorada por las llamas. Un estante de libros futuristas, ahora chamuscados y rotos, se alzaba en una esquina. El suelo estaba cubierto de cenizas, papeles quemados y un rastro de huellas verdes fluorescentes que llevaban hasta un charco de un líquido espeso y del mismo color.
Carlos fue el primero en hablar mientras miraba a su alrededor con una mezcla de emoción y nerviosismo.
—Bueno... esto no es lo que esperaba cuando dijeron que en el futuro íbamos a tener tecnología avanzada.
David se acercó a la pizarra y frunció el ceño.
—¿Alguien entiende esto? —preguntó señalando las ecuaciones a medio escribir.
Moisés se rascó la cabeza.
—Yo apenas entiendo los números cuando están en la cuenta del almuerzo, así que esto está fuera de mi liga.
Sofía se inclinó hacia los papeles quemados en la esquina y trató de agarrar uno.
—Tal vez aquí haya algo... aunque no sé si valga la pena leer lo que queda —dijo, levantando un trozo de papel medio calcinado donde apenas se distinguían algunas letras y números.
Carlos se acercó al estante de libros y sacudió uno cubierto de cenizas.
—¿Y qué tal si estos libros tienen información importante? —preguntó mientras lo hojeaba. Al hacerlo, varias páginas se deshicieron en polvo negro—. O tal vez solo tengan recetas para cocinar carbón.
LILIAN, mientras tanto, se fijó en los tubos de ensayo que estaban sobre una mesa metálica oxidada. Había tres: uno morado, uno amarillo y uno verde.
—Oigan, miren esto. Parece que alguien estaba haciendo experimentos con estos líquidos —dijo, señalándolos con curiosidad.
David se acercó y los miró con atención.
—¿Qué rayos contenían estos? ¿Jugo de uva, mostaza y baba mutante?
LILIAN se rió y, sin darse cuenta, rozó con la punta de los dedos el tubo verde.
—¡No bromees! —dijo entre risas—. Tal vez sea algún químico peligroso.
Pero no notó que un residuo del líquido verde se le quedó pegado en la yema de los dedos.
Moisés, que estaba examinando el ambiente con desconfianza, señaló las huellas verdes en el suelo.
—Chicos… ¿alguien más ha notado esto?
Todos se giraron para mirar las huellas fosforescentes que parecían recientes.
—Eso significa que alguien estuvo aquí —dijo Sofía en voz baja.
—O peor… que alguien sigue aquí —añadió Carlos, tragando saliva.
—Bueno, si es un fantasma radiactivo, espero que al menos nos dé pistas en lugar de asustarnos —bromeó David, aunque sus ojos reflejaban cierta inquietud.
Siguieron las huellas con la mirada hasta que notaron que terminaban en un charco del mismo líquido verde.
—¿Y qué es eso? —preguntó LILIAN, dando un paso adelante para mirar el charco más de cerca.
—No lo sé, pero huele horrible —respondió Moisés, tapándose la nariz.
—Oigan, ¿no creen que deberíamos estar usando trajes especiales o algo? —dijo Carlos—. Tal vez estamos respirando algo tóxico y no nos damos cuenta.
—Oh, claro, seguro hay una máquina expendedora de trajes anti-radiactivos en la esquina —se burló David.
Todos rieron, aunque el ambiente seguía siendo inquietante.
Sin darse cuenta, habían estado expuestos al misterioso olor del líquido verde durante varios minutos. Y aunque en ese momento no sentían nada extraño, algo dentro de ellos ya había empezado a cambiar.
—Bueno… —dijo Moisés tras unos segundos de silencio—. Ahora que estamos aquí, creo que es momento de averiguar qué demonios pasó en este lugar.
Pero ninguno de ellos imaginaba lo que estaban a punto de descubrir.
Carlos fue el primero en notar un papel entre los restos de libros quemados y documentos esparcidos por el suelo. Lo levantó con cuidado, sintiendo el crujir del material chamuscado entre sus dedos. Su rostro cambió al ver lo que contenía.
—¿Qué encontraste? —preguntó Sofía, acercándose con curiosidad.
Carlos giró la hoja para que todos la vieran. En el centro había un símbolo de radiación, pero con un diseño extraño: dentro del círculo no estaban las clásicas secciones amarillas y negras, sino tres cuadrados de diferentes colores: verde, morado y rojo. A un costado, casi borrado por el fuego, se leía un nombre que aún podía distinguirse: Dr. Fabián.
Moisés frunció el ceño y cruzó los brazos.
—El Dr. Fabián otra vez… ¿Por qué su nombre aparece en todos lados?
—¿Creen que tenga que ver con los niños desaparecidos? —preguntó David, sin apartar la vista del símbolo.
—Si fuera así, ¿qué significa este símbolo? —intervino Lilian—. Tal vez los colores tienen algún significado…
Sofía tomó la hoja y la miró con detenimiento.
—Debe ser una advertencia. Quizás estos colores representen diferentes niveles de radiación o… experimentos.
En ese momento, Carlos encontró algo más debajo de los restos de una carpeta quemada. Lo desdobló con prisa y sus ojos se abrieron como platos.
—¡Es un mapa!
Todos se agruparon a su alrededor. En el papel, se veía claramente el bosque donde estaban ahora, pero había varias marcas: una indicaba el laboratorio subterráneo, otra mostraba el edificio donde estuvieron los niños desaparecidos… y una tercera, tachada con tinta negra, parecía señalar otro lugar desconocido.
—¿Qué había aquí? —preguntó Moisés, señalando el área marcada y luego tachada.
—Tal vez un segundo laboratorio… o donde los llevaron después —respondió David, intentando descifrar las marcas.
Lilian tragó saliva y miró a Moisés.
—Si el Dr. Fabián está relacionado con todo esto… ¿y si los niños nunca salieron de aquí?
El silencio se apoderó del grupo por un momento. La sensación de peligro comenzó a crecer en sus estómagos. Moisés miró a todos con firmeza y tomó una decisión.
—Es hora de irnos, chicos. Ya estuvimos aquí demasiado tiempo.
Sin decir más, dobló el mapa y lo guardó en su bolsillo. Nadie discutió. El ambiente del laboratorio comenzaba a sentirse más pesado, como si algo o alguien los estuviera observando.
Uno por uno, comenzaron a moverse hacia la salida. Sin embargo, ninguno de ellos se dio cuenta de que, en su piel, en su ropa… pequeñas partículas brillantes de color verde comenzaban a adherirse sin que pudieran notarlo.
El grupo salió del laboratorio en silencio, aún asimilando todo lo que habían visto. Lilian fue la primera en cruzar la puerta rota, seguida de Sofía y Carlos. Moisés, David y el resto los siguieron, subiendo con cautela para no hacer ruido. Al salir, la brisa del bosque les golpeó el rostro, pero no les dio alivio; el ambiente seguía siendo pesado, como si algo del laboratorio se hubiera quedado con ellos.
Caminaron de regreso por el denso bosque, esta vez sin hablar demasiado. Carlos miraba a todos lados, nervioso, como si esperara que algo o alguien los estuviera siguiendo. Moisés, en cambio, iba concentrado en el mapa que había encontrado, repasando cada detalle en su mente. David simplemente caminaba con las manos en los bolsillos, agotado.
Al llegar a la salida, vieron a lo lejos al oficial que dormía, aún roncando con fuerza. Pero antes de que pudieran irse, el otro oficial, que había salido antes, regresó apresurado. Se detuvo al ver la puerta entreabierta y se llevó las manos a la cabeza.
—¿Yo dejé la puerta abierta? Me van a despedir… —susurró para sí mismo—. Bueno, espero que nadie se haya dado cuenta.
Los chicos se miraron entre sí, conteniendo la risa. Sin perder más tiempo, se separaron y cada uno tomó rumbo a su casa.
Carlos, apenas llegó a su casa, corrió directo al baño. Se quitó la ropa lo más rápido posible y abrió la regadera, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda. No sabía por qué, pero tenía la necesidad de limpiarse, como si algo invisible estuviera pegado a su piel.
David, en cambio, entró a su cuarto sin pensarlo dos veces. Se tiró sobre la cama con la ropa aún puesta y cerró los ojos, demasiado cansado como para preocuparse por otra cosa.
Mientras tanto, en su habitación, Ryan miraba por la ventana con frustración. Sabía que sus amigos habían salido del bosque, pero nadie se había molestado en visitarlo. Suspiró, sintiéndose más atrapado que nunca.
Mañana hablarían de todo lo que descubrieron, pero por ahora, la noche terminó con cada uno de ellos lidiando con sus propios pensamientos.
Copyright
© 2024 Studios Twenty-Six. Todos los derechos reservados. Esta obra es propiedad intelectual de su autor y no puede ser reproducida, distribuida ni utilizada sin el permiso explícito del titular de los derechos. Cualquier intento de plagio o uso no autorizado será perseguido conforme a la ley.