Cherreads

Chapter 7 - CAPITULO 6

El Bosque de Huesos no tenía hojas.

Solo ramas secas que crujían como espinas partidas, troncos torcidos en ángulos imposibles, y raíces que parecían buscar cuerpos en vez de agua. El suelo era gris, seco y quebradizo como una piel demasiado vieja.

Y sin embargo, todo se movía.

Como si el bosque respirara en cámara lenta.

Liora caminaba al frente. Escarlata iba detrás, con el bastón firme en la mano y la sombra alargada a sus pies como un animal en tensión. Ninguno hablaba. Pero el silencio no era cómodo.

—No deberíamos estar aquí —murmuró Liora sin girarse—. Este bosque… no solo está muerto, está enojado.

Escarlata asintió con la cabeza, el también lo sentía. El aire estaba denso, pesado. Como si los árboles quisieran gritar, pero solo pudieran temblar.

Habían cruzado una quebrada rodeada por huesos de animales enormes, cuando Escarlata se detuvo en seco.

Su sombra vibró.

No como un temblor. Como un pulso.

—Nos observan —dijo.

Liora desenvainó su daga.

—¿Dónde?

Escarlata levantó el bastón lentamente, mientras su sombra se deslizaba por el suelo, extendiéndose entre raíces, piedras y grietas.

Entonces escucharon el sonido.

No un rugido.

No un chillido.

Sino un susurro de muchas voces hablando al mismo tiempo. Como si el viento tuviera pensamientos.

Y luego, la primera criatura apareció.

Era humanoide, pero no humano. Su piel era traslúcida, mostrando venas negras y órganos flotantes que no obedecían la gravedad. Su cara estaba dividida en líneas, como si un escultor hubiera intentado rehacerla mil veces y fallado en todas. Caminaba como si cada paso fuera recordado más no ejecutado.

—Escarlata—susurró la criatura—Caminante de sombras… hijo del Vacio... ¿nos oyes?

Y entonces atacó.

El cuerpo de la criatura se movió en espasmos impredecibles. No corría: se reproducía en trayectorias distintas. Cada vez que Escarlata pensaba en su ubicación, ya estaba en otro lado.

El primer golpe lo esquivó por instinto.

El segundo lo bloqueó con el bastón, pero le costó mantener su postura.

Liora se lanzó con precisión, hundiendo su daga en lo que parecía el cuello del ser.

No hubo sangre. Solo humo negro.

El ser chilló. Un sonido agudo, penetrante.

Y entonces dos más emergieron del bosque.

Escarlata se movió. Su sombra tocó la del primer enemigo, y el flujo comenzó.

Imitación. Adaptación. Absorción.

Sintió las trayectorias, la tensión muscular antinatural. Comprendió su estructura. Y contraatacó.

El bastón se convirtió en una extensión viva. Golpeó, quebró, desvió. El enemigo no murió, pero quedó inmóvil. Como si el contacto lo hubiera anclado al suelo.

Entonces escuchó un grito.

Liora.

Giró.

Ella peleaba contra el segundo ser, más pequeño pero rápido como un rayo. Movía los brazos en espirales deformes, como tentáculos de hueso.

Liora esquivaba con agilidad, cortaba con precisión.

Pero no bastó.

El tercero la tomó por detrás.

Un brazo alargado como una soga. Una lanza negra.

Escarlata no llegó a tiempo.

La vio girar los ojos, el filo de su daga a medio camino de un contraataque.

Y entonces la lanza le atravesó el costado.

De lado a lado.

Un sonido hueco. Un soplo roto.

Liora cayó.

Sai’Jax gritó.

No con rabia.

Con un dolor que no parecía humano.

Corrió hacia ella. Las criaturas retrocedieron por instinto.

Su sombra se elevó. Sí, se elevó. No seguía la forma del suelo. Se separó, temblando, viva.

—Liora… —murmuró, cayendo de rodillas junto a ella.

Ella tosía. Sangre oscura brotaba de su boca. Sus ojos aún estaban abiertos.

—No… no me... me dejes —susurró.

Él temblaba. Quiso tocarla, pero su mano ardía. Su sombra… lo estaba empujando.

El mundo alrededor se congeló.

Y cambió.

La sombra de Escarlata se arrastró por el suelo, y se conectó con todas las sombras alrededor.

Y entonces, él sintió a las criaturas. No sus formas.

Sus memorias. Sus motivaciones.

No eran bestias.

Eran reflejos. Fragmentos. Ecos de algo más antiguo. Algo que quería volver a ser humano… a través de él.

Sintió el miedo.

El dolor.

El hambre.

Y sintió que su cuerpo podía convertirse en ellos si lo permitía.

Escarlata se levantó. Su bastón cayó al suelo.

Su sombra se alzó detrás de él, adoptando una figura alargada, distorsionada. No imitaba a nadie. Era algo nuevo. Algo nacido del odio y la pérdida.

—No van a llevársela.

—No van a tocarla.

—No. Otra. Vez.

Sus palabras resonaron con un eco que no era suyo.

Corrió hacia la criatura que había herido a Liora.

No hubo técnica.

No hubo estilo.

Solo furia.

Sus movimientos ya no eran humanos. Imitaban los ataques que él mismo había sufrido antes. Se volvía el reflejo del dolor, la deformación, el espasmo. Se quebraba en su forma para quebrar a los demás.

Un grito. Un golpe.

Un crujido.

El enemigo fue partido en dos, sin arma. Solo con sombra y cuerpo.

Los otros dos huyeron.

La sombra de Sai’Jax los persiguió, pero él la contuvo.

Por ella.

Volvió junto a Liora. Cayó de rodillas.

Sangraba mucho. Demasiado.

—No me dejes —dijo él, con voz rasgada.

—No pienso hacerlo —sonrió ella, apenas.

Pero se desmayó.

Su cuerpo estaba helado.

Y por primera vez, Escarlata sintió algo que no podía controlar, copiar o absorber.

El miedo a quedarse solo.

La cargó en brazos. Caminaron en silencio.

Y por dentro, algo se rompía.

No su voluntad.

Sino la última parte de sí mismo que quería seguir siendo humano.

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