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Chapter 6 - Pastel De Fenix

5.

—Deberíamos notificar al Gōngzǐ Lían que el muchacho se encuentra aquí, en el Pabellón de Purificación Interna.

Tang Mo habló en voz baja, sin ocultar del todo la lástima. Su mirada descendió hacia el cuerpo inconsciente sobre el lecho.

—Parece tener apenas dieciocho años. No se ve capaz de sostener una conspiración.

Bai Zhi no respondió de inmediato. Observó a Ye Luo con una expresión indescifrable, como si estuviera evaluando no al joven, sino las consecuencias políticas de su existencia. Luego, desvió la mirada hacia el ventanal cubierto de seda.

—Si omitimos el informe, el señor nos hará ejecutar. No solo por insubordinación, sino por obstrucción. Somos discípulos directos del Maestro Yue Feng. Ahora que ha muerto, el Gōngzǐ tomará la posición que le corresponde. Todo lo que quede fuera de su alcance será eliminado. Bai Xun iba a ser el siguiente en el trono si este niño lo hubiera salvado a tiempo. Ese niño, cómplice o no, representa un remanente de su línea.

Tang Mo negó con un movimiento breve.

—No estoy de acuerdo. Utilicé el encantamiento de voz sobre él. Su pulso, su tono, sus meridianos, todo era congruente. No recuerda nada. Es evidente que solo obedecía órdenes. No me parece justo condenarlo sin juicio. Bai Xun, El viejo Wei fueron los bastardos, no él.

—Yue Lían no va a razonar, Tang Mo —dijo Bai Zhi sin levantar el tono,—. Él no busca justicia. Está matando por conveniencia, no va a distinguir entre un enemigo directo y un inocente.

Tang Mo bajó los ojos teñidos de estrellas, los labios temblaron apenas antes de cerrarse.

El mayor, Qian Nuo, añadió sintiendo pena por su shidi pequeño.

—Además, tiene las palmas en carne viva. Estaban quemadas por exposición directa al Tamarindo. No puedes alegar inocencia cuando tu cuerpo lleva la marca de la recolección. No importa si obedecía órdenes. Él manipuló plantas prohibidas en una operación clandestina. Eso basta para ser considerado cómplice. El Gōngzǐ no preguntará detalles, sabe que Ye Luo es algo de Bai Xun.

Al lado izquierdo del lecho, los párpados de Ye Luo se estremecieron apenas, y las puntas de sus orejas, sensibles como los tallos de una planta joven expuesta al viento, captaron la conversación sin esfuerzo. No hizo movimiento alguno, pero su conciencia estaba nítida.

—Shīdì, no lo mires con indulgencia —la voz de Bai Zhi no contenía aspereza—. Bai Xun envenenó al Maestro Yue Feng. El Tamarindo que este joven recolectó formaba parte del mismo compuesto. No importa cuán miserable parezca: participó. Y ahora pretendes ofrecerle clemencia.

Tang Mo no respondió. Aunque su mirada vaciló por un segundo, solo se limitó a asentir con gravedad.

Una lágrima, densa como plomo, descendió por la garganta de Ye Luo sin salir de sus ojos.

Los tres jóvenes no se demoraron más. Una transmisión de voz los convocó desde el pabellón alto, y partieron sin demora a continuar sus deberes. Cada uno representaba una rama académica distinta: formulación, disciplina y herencia. No dejaron escoltas de élite, solo a un criado menor en la puerta exterior del pabellón de Purificación Interna.

Desde el rabillo del biombo, Ye Luo observó con atención. El joven no tenía el porte refinado de los discípulos formales. Llevaba la túnica mal ceñida, el cinturón sin anudar con firmeza y la espada abandonada contra la jambra. Los párpados le caían como hojas muertas y su respiración era irregular. Bastaría un incienso para sumirlo en un sueño profundo.

La oportunidad estaba en sus manos. Pero la geografía le era completamente ajena. No conocía la distribución de pabellones, ni los pasajes laterales, ni los caminos secundarios que bordeaban los lagos medicinales. Ignoraba si los portales estaban custodiados, si había trampas activas, si el propio pabellón en el que se hallaba tenía inscripciones defensivas.

Era, en resumen, un prisionero sin grilletes. La libertad estaba ahí, suspendida como una hoja en el filo del viento, pero sin un mapa, sin un plan, cualquier paso en falso sería un suicidio.

Decidió que se quedaría en la habitación a esperar su fin.

.....

Hace unas pocas horas había salido de la habitación, y ahora el pasillo exterior se extendía silencioso, bañado por una luz tenue que se filtraba entre las celosías de madera. Solo el eco lejano de un guqin resonaba desde algún pabellón, deslizándose como niebla sobre el suelo de piedra blanca. El aire tenía ese aroma espeso de las hojas trituradas, del incienso medicinal que ardía lento en los altares. Todos los discípulos estaban en clase, y la secta entera parecía contener el ruido.

A su izquierda, los pabellones de forja espiritual vibraban con un leve calor. Dentro, los cultivadores más avanzados ejecutaban secuencias con la espada, lentas y rigurosas, bajo la mirada severa de sus shīfù. Cada paso sobre el suelo de jade verde estaba medido, y los movimientos de sus filos dejaban estelas en el aire como si hendieran la niebla misma. El silencio era absoluto, salvo por el choque de un metal pulido contra otro o el rugido breve de un sello activado.

A su derecha, el Pabellón de Refinamiento Herbal despedía un olor penetrante, mezcla de raíz de lingzhi, savia de loto púrpura y carbón espiritual. Los magos sin núcleo estaban sentados frente a mesas bajas, triturando con paciencia cada hoja según su clasificación. Los destiladores más hábiles hacían hervir líquidos de diferentes colores en vasijas protegidas con inscripciones, mientras maestros ancianos los corregían sin levantar la voz, apenas señalando con el dedo.

Más adelante, el Pabellón de Vinculación Espiritual se extendía como una red viva de sonidos animales. Se escuchaban chirridos de bestias aladas, zarpazos amortiguados sobre tierra húmeda y el ocasional rugido contenido de alguna criatura aún sin domesticar. Dentro, los jóvenes aprendices entrenaban mascotas espirituales bajo un sistema de círculos de control y barreras menores, en una danza peligrosa que exigía tanto precisión como sangre fría.

En la colina más alta, la 'Biblioteca Celeste' se alzaba silenciosa como un templo. Su entrada de madera roja permanecía cerrada con una cadena de bronce y una inscripción luminosa que pulsaba con una frecuencia regular. Ahí, se decía, estaban los registros antiguos, las escrituras de formación interna, las técnicas selladas, la geografía, historia, libros de cultivación dual, libros de caligrafía, entre otros más. Solo los discípulos de la secta podían acceder.

Ye Luo tragó saliva. No entendía la mitad de lo que veía.

Siguió avanzando por el corredor como un alma penando. Los pabellones no parecían tener fin, y cada giro llevaba a otro pasillo igual de amplio, con techos de tejas rojas, cortinas de gasa flotando al ritmo del viento, columnas de madera rojiza grabadas con poemas antiguos que no sabía leer. Estaba a punto de escupir sangre cuando los vio: Tang Mo, Bai Zhi y Qian Nuo, caminando con calma a unos cuantos metros delante. Su rostro se congeló. Retrocediendo con el cuerpo rígido.

Con reflejos urgidos por la supervivencia, giró sobre sus talones y se escabulló en el primer pabellón con puertas entreabiertas que encontró. Apenas cerró las hojas de madera tras de sí, contuvo el aliento.

Sus piernas temblaban cuando vio que los tres jóvenes se alejaban en dirección contraria a la sala de curación donde lo habían dejado anteriormente. Si hubiesen vuelto a buscarlo, estaba seguro de que ya tendría una cadena espiritual atada al cuello o un sello de restricción marcado en la nuca. Una gota salada fina se deslizó por su sien, quemándole la piel.

Giró la vista para ver dónde había terminado. Cerró la puerta y respiró hondo.

Estaba en una cocina.

El lugar era amplio, con fogones bajos en hileras, cada uno con brasas cubiertas de ceniza blanca. Había estantes de madera colgados con redes finas llenas de hongos secos, raíces negras en espiral, ramas de loto rojo, nueces espirituales y frutas cristalinas con vetas internas que brillaban con un leve resplandor. De una cuerda colgaban racimos de pimientos celestes, ajos lilas, flores de mostaza salvaje y algo que parecía una versión espiritual del jengibre, con el tamaño de una cabeza humana.

Un caldero aún humeaba en la esquina, con un caldo espeso que olía a sopa de hueso de dragón menor, mezclado con rábano dulce, cilantro y un toque de polvo de caracol azul, típico de las cocinas médicas de clanes cultivadores. Había jaulas con faisanes silenciosos, bandejas de bambú con dumplings sellados en sellos térmicos, una olla con arroz aún tibio y una caja de madera tallada con caracteres que, si no erraba, contenía pastelillos de flor de ciruelo.

La manzana qué adornaba su garganta se contrajo. Tragó saliva, sintiendo cómo su estómago se quejaba con un rugido. Se movió en silencio, se deslizó entre los bancos como un cerdo hambriento y sin pensarlo dos veces agarró una torta de loto rellena de pasta dulce con semilla de 'fénix' triturada, algo que en su mundo anterior costaría el sueldo de medio mes.

—Shīzǔ me ampare —susurró, y le dio una mordida como si su vida dependiera de ello.

A la primera mordida. Pz.

—Hoy prepararemos caldo de médula de bestia Qilin con arroz de loto azul para el señor Qing —anunció una voz serena desde el umbral.

Ye Luo sintió cómo la sangre se le congelaba en los nudillos. El pastelillo aún colgaba de su boca, la pasta dulce manchando sus labios de rojo como si acabara de morder un corazón. Giró lentamente, con el cuello rígido, y sus ojos se toparon con la figura familiar que acababa de entrar al pabellón.

Tang Mo.

El discípulo, con su túnica impecable y una hoja de recetas en la mano, abrió los ojos con asombro. Ye Luo tragó como pudo, sin mascar más.

Tang Mo no dijo nada. Se giró con compostura, hizo un gesto rápido con el dedo y habló hacia el corredor:

—Ah… esperen, creo que el arroz de loto se quemó. Por favor regresen a sus clases posteriores, yo terminaré esto solo.

Sus discípulos obedecieron sin preguntar. Uno a uno se despidieron con inclinaciones respetuosas antes de desaparecer por el pasillo, sus pasos amortiguados en el piso de piedra. Cuando el último desapareció, Tang Mo cerró las puertas dobles del pabellón, colocó un sello fino de silencio y se volvió hacia Ye Luo.

Este apenas podía respirar. Sentía cómo el pastel bajaba entero por la garganta, arrastrando con él la poca dignidad que aún tenía.

—Esto… Es un malentendido, shīxiōng Tang. Se lo juro. Solo… tenía hambre, no es que haya entrado a robar. Por favor, no me mate —suplicó, el rostro algo pálido, la mano aún sosteniendo la mitad del pastel.

Tang Mo lo miró por un segundo. Luego se río, e hizo un ademán con la mano, como si calmara a un cachorro asustado.

—Está bien. Comprendo que tengas hambre. No tienes núcleo estable… Me sorprendería que no estuvieras buscando comida. Pero si alguien más te ve, te colgarían en el patio del Pabellón de Castigo solo por haber entrado sin autorización. Ah…

Ye Luo parpadeó, confundido. La mirada de Tang Mo se había tornado extrañamente amable. No entendía por qué el otro parecía divertido, claro, su boca, estaba manchada por completo con la pasta roja del pastel. Parecía un zorro atrapado en la despensa.

—Ven aquí —dijo Tang Mo, con voz baja—. Estabas buscando escapar, ¿no es así?

Ye Luo negó rápidamente, con una sonrisa vacilante. Pero sus hombros se aflojaron, su respiración se volvió menos tensa y al final, asintió sin decir palabra. Su cuello se inclinó apenas. Esto era, el hechizo de voz que había mencionado antes. 

—No es necesario que intentes engañarme. Con un solo encantamiento puedo saber si tus palabras son falsas. Así que, ahorra tus fuerzas —dijo Tang Mo—. Te ayudaré.

Ye Luo abrió los ojos con desconcierto, sin comprender nada de lo que estaba sucediendo. Su cuerpo entero se tensó.

—¿Por qué me ayudas?

Tang Mo entrecerró los ojos. No había segundas intenciones allí.

—He examinado tu conciencia mediante el hechizo de inspección espiritual. Está limpia. No hay señales de manipulación de memoria reciente, pero sí trazas de confusión mental producto de una presión externa prolongada. Es evidente que no recuerdas nada. Lo más probable es que Bai Xun haya manipulado tu percepción durante años. Lavado de conciencia, quizás... Eres inocente.

Sus labios se curvaron en una leve sonrisa.

—Te prestaré ayuda. Pero ponte en pie ahora mismo. Te diré a dónde debes dirigirte y te proporcionaré un mapa con los senderos. No puedo escoltarte; eso sería demasiado imprudente. Además, no lo hago por ti. No es por simpatía ni por afecto. Lo hago por principio.

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