Cherreads

Chapter 5 - Capítulo V: Los Votos del Hielo y la Sal

Desde el punto de vista de Astrid Lodbrok

El mar cantaba su propia bendición. No era suave. No era dulce. Era un lamento crudo, espumoso, que golpeaba las piedras negras bajo el risco donde se alzaba el altar antiguo. Allí, donde los ancestros del norte habían sellado alianzas con sangre y sal, hoy se casaba mi hijo mayor.

Los Skagosi no vestimos blanco para una boda. Vestimos gris, sangre seca, piel curtida.La muerte y el deber comparten rostro en esta isla.

Había fuego. Siempre hay fuego. Una hilera de antorchas formaba un círculo, y dentro, los testigos: jefes de clanes, ancianos de barba larga, guerreros que olían a salmuera y caballo.

Pero antes de salir, me detuve en la tienda de la novia.

Lyarra Skane estaba sentada sobre una piel de oso, mirando hacia la abertura de la lona, donde la luz de la mañana entraba como una herida. No lloraba. Pero su silencio era denso.

Entré sin pedir permiso. En días como este, no se pedía nada.

—¿Puedo hablar contigo, niña? —pregunté con una voz más suave de lo que uso con la mayoría.

Ella asintió. No me miraba.

—¿Te asusta?

—¿Casarme? —preguntó, y luego suspiró—. No. No con Hakon. Es un hombre fuerte, justo. Pero...

—¿Pero?

—No dejo de pensar en Ivar.(Su voz era baja. Casi un susurro.)

—¿En mi hijo menor?

Asintió otra vez.

—No sé cómo decirlo. Cuando él habla… cuando entra en una habitación… parece que todo se detiene a escucharlo. Tiene seis años. Pero...

Me acerqué y me senté frente a ella.

—Tiene seis años —repetí—. Es pequeño. Lo he bañado. Le he quitado espinas de los dedos. He cosido sus ropas. Es… un niño. Por extraño que sea.

Ella levantó la mirada.

—¿Y tú lo crees?

Sonreí. Fue una sonrisa triste.

—A veces no.

Hubo un momento de silencio. Afuera, un cuervo graznó. Lyarra se estremeció.

—A veces —continué— lo escucho hablar con palabras que no enseñé. Usar ideas que no conoce nadie en Skagos. A veces se me olvida que nació de mí.Y entonces me asusto. Porque sigo amándolo como a un hijo, pero puede que no sea eso del todo.

Lyarra tragó saliva. Sus ojos se llenaron de preguntas.

—¿Crees que está tocado por los dioses?

Me levanté. Sacudí mis ropas.

—No lo sé. Pero creo que él lo cree. Y eso… eso puede mover montañas o hundirlas.

Dejé la tienda con el corazón apretado. Me dolía ver cómo las generaciones se entrelazaban, no con dulzura, sino con la urgencia de los siglos.

Mientras caminaba hacia el altar, vi a Cregan Skane de pie junto a Hakon. Ambos discutían en voz baja, mirando un pergamino extendido entre ellos. Ivar estaba allí también, sentado sobre una roca, dibujando algo con carbón sobre madera. Ni siquiera prestaba atención a la ceremonia.

"Astilleros en la bahía del sur", recordé que Hakon había dicho hace dos noches. "Caminos entre los clanes, para mover hombres y grano. Que Skagos deje de ser piedra y hambre, y se convierta en fuerza."

Y Ivar, con la voz de un niño cansado, había añadido:

—Y después, naves. Muchas. Rápidas. Con remos de doble fila. Y puertos que miren hacia Essos.

No hablaban de sueños. Hablaban de planos.

Ahora el sol tocaba el círculo de antorchas. Los dos jóvenes estaban de pie, frente al altar de sal y hueso.

Las manos fueron unidas con una cuerda trenzada con cabello de los ancestros. Una antigua superstición de los Skagosi: que el alma de los muertos bendecía el juramento si parte de ellos era testigo.

Un viejo chaman alzó su bastón de madera blanca.

—Por el hierro de las montañas y la furia del mar... ¿aceptáis este vínculo?

—Sí —dijo Hakon, sin dudar.

—Sí —respondió Lyarra, y su voz fue firme.

El viento sopló. Las antorchas temblaron. El cuervo graznó una vez más.

Y al fondo, Ivar seguía dibujando en la madera.Ni sonreía, ni miraba.Solo trazaba líneas como si escribiera el futuro con carbón y cálculo.

Mi hijo.Mi pequeño.

Y, tal vez…algo más.

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