Cherreads

Chapter 24 - "DEUDA DE SANGRE"

(Vista: Seraphina)

> El caos había sido domado por la voz helada de Azumi Kisaragi, pero el horror permanecía, una mancha invisible en el aire de la noche. Un perímetro de mis guardias reales formaba un círculo silencioso alrededor de la terraza, sus rostros pálidos bajo la luz de la luna, sus espadas aún desenvainadas. La zona estaba asegurada, un término técnico que resultaba absurdo ante la devastación emocional que se respiraba. La batalla física había terminado. La guerra contra el silencio apenas comenzaba.

> Mi mirada se negaba a apartarse del suelo de mármol agrietado, el epicentro de la nada. Mi mente, mi mayor arma, mi fortaleza, era ahora una traidora. Repetía en un bucle infinito la conversación en el baile, sus palabras, su sonrisa, la forma en que sus ojos grises habían parecido ver más allá de mi guante, más allá de la Princesa, más allá de la Leona. Por primera vez en mi vida, alguien no había intentado adular al título o conquistar el poder. Había hablado directamente a la mujer que yo mantenía prisionera dentro de la armadura real. Él había visto la jaula dorada y, en lugar de admirar el oro, había preguntado por el pájaro enjaulado. Y ahora... se había ido. Consumido por proteger a su familia, y en el proceso, a mí.

> Fue el movimiento de sus padres lo que me arrancó de mi parálisis. Lord Ibuki y Lady Sakura, ignorando a todos los demás, corrieron hacia su hija. Los vi envolver a la pequeña Hinata, cuyo cuerpo temblaba en un shock silencioso. La vi enterrar su rostro en el pecho de su padre, un gesto de una confianza tan pura y absoluta... Y algo dentro de mí se hizo añicos de una forma irreparable. Su amor, su unidad, su dignidad en medio de la ruina... era un espejo que me devolvía el reflejo de mi propia y absoluta soledad.

> Un sollozo, feo, gutural, un sonido que no reconocí como mío, se desgarró desde lo más profundo de mi ser. Mis rodillas cedieron. Tropecé, la seda de mi vestido rasgándose contra una esquirla de mármol, y me desplomé en el suelo. No hubo gracia. No hubo realeza. Solo una caída, un desastre de seda y joyas y un dolor que ya no podía contener. El llanto salió en una ola violenta, incontrolable, quemándome los ojos y la garganta, cada sollozo un testimonio de mi fracaso. Fracasé en proteger mi reino, fracasé en proteger a mis invitados y, lo peor de todo, fracasé en proteger a la única persona en una década que me había hecho sentir... vista.

> —Es mi culpa... —las palabras eran fragmentos sin sentido, rotas por el llanto—. Todo... por mí... En mi casa... no pude... no pude protegerlo... Les ruego... por favor... perdónenme...

> Arrodillada, temblando, incliné mi cabeza hasta que mi frente tocó la fría y sucia piedra. Era la rendición más humillante y, a la vez, más honesta de mi vida.

> Sentí una sombra cubrirme. Levanté la vista, mi visión borrosa por las lágrimas. Era Lord Ibuki. En sus ojos no había odio, solo una tristeza tan profunda y antigua como las montañas.

> —Levántese, Princesa Seraphina —dijo, su voz suave, la de un padre hablando con una niña asustada—. No hay perdón que buscar aquí, pues la culpa es de una sombra sin nombre, no suya.

> —¡Pero ocurrió bajo mi sol! —repliqué, mi voz una mezcla de súplica y rabia—. ¡Mi poder, mi nombre, mis guardias... nada sirvió para protegerlo! ¿De qué sirve ser una Leona si no puedo proteger a quienes están en mi territorio?

> —La fuerza de una Leona no se mide por las batallas que gana, sino por lo que elige proteger —respondió él, su sabiduría un bálsamo en mi alma herida—. Y el dolor que siente ahora es la prueba más grande de su honor. Es un tributo a la memoria de mi hijo.

> —Pero, ¿cómo? —pregunté, poniéndome lentamente en pie, mi cuerpo aún temblando—. ¿Cómo se honra a un huracán? ¿Cómo se lucha cuando el enemigo es la nada misma?

> Ibuki me miró, y por primera vez, vi más allá del general. Vi al filósofo.

> —No convierta su orgullo en un arma, Alteza. El orgullo como arma siempre se quiebra. Conviértalo en un faro. Honre la memoria de Edu no con la sangre de sus enemigos, que ya llegará, sino convirtiéndose en el muro que él ya no puede ser. Proteja a su gente. Proteja a su hermano. Proteja a mi hija, que ahora se siente más sola que nunca. Esa es la única justicia que él habría querido. Esa es la única forma de que su sacrificio tenga un significado.

> Sus palabras me dieron un camino. Un propósito más allá de la simple venganza. Miré a la pequeña Hinata, acunada en los brazos de su madre, y mi juramento nació, no de la rabia, sino de una deuda sagrada.

> —Lo haré —dije, y mi voz era un susurro, pero firme como el acero forjado en el fuego del dolor—. Protegeré lo que él amaba. Lo juro por su nombre. Y encontraré las respuestas. Cueste lo que cueste.

(Vista: Kenji)

> La terraza quedó atrás, un escenario de tragedia bañado por la luna. Ahora nos encontrábamos en el Salón del Consejo de Guerra de Valerius, una habitación austera dominada por una inmensa mesa de roble oscuro, pulida como un espejo negro. El aire era denso, cargado con el peso de las palabras no dichas y las decisiones que estaban por tomarse. Mi padre y el Rey Ragnar se sentaron a la cabeza, no como amigos, sino como dos monarcas forjando una alianza en el fuego. Seraphina y Elian tomaron su lugar, sus rostros una mezcla de furia y estrategia. Mi madre se sentó junto a Hinata, cuyo cuerpo seguía temblando en un shock silencioso. Azumi y Shizuka se posicionaron detrás de ellas, dos sombras protectoras. Zuzu, con una inteligencia que iba más allá de lo felino, no se apartaba de Hinata; la vi apoyar su pequeña cabeza en la rodilla de mi hermana y ronronear, no con alegría, sino con un zumbido bajo y constante, como si intentara anclar su alma a la realidad.

> Fue el Rey Ragnar quien rompió el silencio, su voz un trueno contenido.

> —¿Quién? —preguntó, la palabra resonando en la sala—. ¿Quién en mi reino tiene acceso a un poder tan oscuro y el descaro para desatarlo en mi propio palacio? ¡Elian! ¡Informa!

> El Príncipe se puso en pie, su rostro sombrío. —Mis hombres están interrogando a los guardias. No vieron al invocador. La bestia pareció materializarse de las sombras del jardín este. Sin embargo... —hizo una pausa—. Varios testigos sitúan a Lord Valerius y a sus hombres más cercanos cerca de esa misma terraza momentos antes del ataque. No es una prueba, pero es una anomalía.

> —No es una anomalía. Es un motivo —intervino la Princesa Seraphina, su voz fría y afilada como una daga de hielo. Todos los ojos se posaron en ella—. Esta noche, lo humillé públicamente en dos ocasiones. Primero, con un brindis que le robé. Segundo, cuando mi padre y yo le negamos el primer baile. Su orgullo es tan frágil como su linaje, y tan vengativo como su ambición. Él tenía el motivo más fuerte de toda la corte.

> Azumi dio un paso al frente. —Princesa, si me permite. Mis oídos en la corte han escuchado susurros durante semanas. Lord Valerius ha estado adquiriendo "artefactos" de contrabandistas del sur, pagando fortunas por reliquias de las Guerras de los Hechiceros. Se decía que buscaba un "regalo" lo suficientemente poderoso como para impresionar a la corona.

> Cada pieza encajaba con una lógica terrible. El motivo, los medios, la oportunidad. La furia en la sala era palpable. Pero mi padre levantó una mano, su gesto imponiendo un silencio absoluto. Su mirada no estaba en el rey ni en la princesa. Estaba fija en mí.

> —Kenji —dijo, su voz grave—. La reliquia. Asegúrala. Es nuestra única prueba. —Hizo una pausa, y su voz se volvió aún más seria—. Y la técnica final de tu hermano... Kokushoku no Kyomu. En tus estudios, ¿qué has aprendido de ella? Necesito saber a qué nos enfrentamos.

Tragué saliva, el peso de todas las miradas sobre mí. Me aclaré la garganta.

> —Se llama Kokushoku no Kyomu. El Vacío de Color Negro —comencé, mi voz sonando extrañamente clínica, una defensa contra el horror que sentía—. Es una técnica de aniquilación conceptual descrita en los textos prohibidos de nuestra casa. No destruye la materia, la borra de la existencia, arrastrándola a un plano de la nada del que, teóricamente, no hay retorno.

> Hice una pausa, y añadí la parte que me había estado carcomiendo por dentro.

> —Hace un año, Edu me habló de ella. —Vi la sorpresa en el rostro de mi padre—. Me la contó como si fuera un cuento para niños, una leyenda para impresionar a su hermano pequeño. Yo no le creí. Pensé que estaba presumiendo.

> El recuerdo era amargo en mi boca. —Me describió cómo funcionaba. Me dijo que era un acto de voluntad pura, que el usuario elegía un único objetivo y creaba una singularidad para borrarlo. Le pregunté qué pasaría si el objetivo se aferraba al usuario. Él se rio y me dijo que esa era la belleza de la técnica: el vacío solo reclama al objetivo designado. El usuario, el 'ancla' de la técnica, siempre permanece a salvo. Siempre.

> Dejé que el peso de esas palabras se asentara en la habitación. Vi la confusión en los ojos de Seraphina, la creciente alarma en los de Elian.

> —Pero eso no fue lo que ocurrió —continué, mi voz bajando a un susurro tenso—. Observé todo el proceso. Justo en el instante en que el vacío se colapsaba sobre sí mismo, en el último nanosegundo, percibí una anomalía. Una breve y antinatural fluctuación en el maná de Edu. Fue como si una mano invisible hubiera alterado la ecuación en el último momento. Como si alguien o algo hubiera saboteado el hechizo desde dentro, cambiando las reglas para que el ancla también fuera reclamada por el vacío.

> El horror descendió sobre el consejo. La idea de un sacrificio era una tragedia heroica. La idea de un asesinato disfrazado de sacrificio era una profanación.

> Dejé la reliquia rota sobre la mesa. La atmósfera de la sala ya no era de venganza. Era de un miedo profundo y helado, el miedo a un enemigo cuyo poder y astucia superaban nuestra comprensión. Habíamos identificado a la serpiente en el jardín, Valerius. Pero mi análisis acababa de revelar la existencia de un dragón oculto en las nubes, uno que ni siquiera sabíamos que existía.

> Y ahora, dos preguntas terribles flotaban en el silencio de la sala, preguntas para las que nadie tenía respuesta:

> ¿Quién en este mundo tiene el poder de secuestrar una técnica de aniquilación en tiempo real?

> Y... ¿fue el último acto de mi hermano un puro sacrificio... o fue, en realidad, un asesinato perfecto?

(Vista: Seraphina)

> Las dos preguntas de Kenji cayeron sobre el consejo como dos losas de granito, aplastando la poca compostura que nos quedaba. La idea de un sabotaje, de un enemigo capaz de manipular una técnica de aniquilación, era un veneno que se extendía por la sala, convirtiendo nuestro dolor en un miedo helado. El silencio se hizo tan denso que podía sentirlo presionar contra mis tímpanos.

> Fui yo quien lo rompió. Me puse en pie, mis manos apoyadas sobre la mesa de roble, mi mirada clavada en Kenji. Mi mente de estratega se negaba a aceptar un misterio sin datos.

> —¿Cómo? —pregunté, mi voz sonando más dura de lo que pretendía—. Olvida por un momento el sabotaje. Tu hermano... ¿cómo es posible que un hombre tan joven conociera una técnica de ese calibre? El Kokushoku no Kyomu... suena como algo que los dioses mismos temerían pronunciar. ¿De dónde sacó ese poder?

> Kenji levantó la vista de la reliquia rota, y en sus ojos amarillos vi la frustración de un erudito que se enfrenta a un texto que no puede traducir por completo.

> —Esa es la variable que he estado analizando durante años —respondió, su voz tranquila pero cargada de una intensidad que capturó la atención de todos—. He sido el que más ha estudiado a Edu. No como un hermano, sino como un... fenómeno. Cada vez que usaba su maná, incluso para los hechizos más básicos de fuego o agua, yo notaba algo. Una resonancia subyacente. Una profundidad que no correspondía con la simplicidad del hechizo.

> Se inclinó hacia adelante, su pasión por el análisis superando su dolor.

> —Era como escuchar a un maestro cantor tararear una canción infantil. La melodía era simple, pero podías sentir la potencia, la capacidad para una ópera entera, contenida y reprimida detrás de esa simple nota. Siempre supe que la magia elemental que nos mostraba era solo la superficie. Sabía que ocultaba un poder diferente, una afinidad que no entraba en ninguna de las categorías conocidas. Pero... —su voz vaciló por primera vez—, nunca, ni en mis peores hipótesis, imaginé que fuera de esta escala.

> —¿Y cómo lo aprendió? —presionó mi padre, el Rey Ragnar, su voz un trueno bajo.

> —Solo hay dos posibilidades —concluyó Kenji, su mirada perdida en los recuerdos—. O encontró y descifró los textos más prohibidos de nuestra casa por su cuenta, lo cual requeriría un genio arcano sin precedentes... o... —hizo una pausa, como si la segunda opción fuera aún más aterradora—. O nació con ese conocimiento. Como si fuera un recuerdo de otra vida.

> La implicación de sus palabras dejó a la sala sin aliento. Un poder innato de aniquilación.

> Fue entonces cuando mi padre, el Rey, miró a través de la mesa. Su mirada pasó de Kenji a la figura silenciosa de Hinata, que seguía bajo la protección de su madre.

> —Dos hijos —dijo Ragnar, su voz resonando con una nueva comprensión—. Dos poderes que desafían toda explicación. Acabamos de hablar de un poder que borra la existencia. Pero esta noche, también vimos uno que la restaura. Sakura... —dijo, dirigiéndose directamente a mi madre—. ...la luz de tu hija. Ahora es el momento de la verdad absoluta. ¿Qué es?

> Mi madre, que había estado acariciando el cabello de Hinata, levantó la vista. En sus ojos violetas había una tristeza milenaria, la de una guardiana de un secreto que se ve forzada a revelarlo.

> —Es un poder que mi gente llamaba "La Gracia" —explicó, su voz suave pero firme, capturando la atención de todos—. Es el eco de la Primera Luz, la energía de la creación misma, antes de que el mundo se rompiera. No es magia. No obedece las reglas del maná. Es... sanación. Y es veneno para los seres del abismo. Creía que era solo una leyenda de mi abuela. Nunca pensé que la vería con mis propios ojos.

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