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Capitulo I.- Crónicas del mundo.

Extracto consolidado del Manuscrito Brumario y fragmentos rescatados del Archivo Gris

I. El Levantamiento de lo Imposible

"No nacieron. Surgieron. Como un error del mundo que no sabía cómo terminarse."

—Fragmento oral, recogido en la aldea extinguida de Yaren.

Antes del Ocaso, el mundo era imperfecto pero comprensible. El cielo tenía estaciones, la tierra tenía reglas, y la oscuridad solo llegaba por la noche. Entonces vinieron ellas: ciegas, deformes, abominables. Criaturas que no nacieron bajo ningún sol conocido. Emergieron desde lo profundo —no de una cueva ni de una grieta— sino de la memoria misma de la tierra. Como si el planeta hubiera intentado vomitar, algo que nunca debió tragar.

Fueron las primeras. Y con ellas, se desmoronaron las últimas certezas humanas.

Códice del Abismo Silente, página rota:

"Los antiguos no temían a los monstruos. Temían no entender de dónde venían."

II. El Repliegue de la Humanidad

Ante el avance de lo inexplicable, la humanidad no luchó. Se escondió.

Reinos enteros, capitales florecientes, se replegaron como un animal herido. Construyeron muros descomunales, sellaron puertas de hierro negro, quemaron los mapas. Todo lo que quedaba más allá de las murallas fue considerado tierra muerta, irreconocible, maldita.

Las decisiones no fueron heroicas. Fueron necesarias. Los reyes —pálidos, temblorosos, quebrados por el deber— firmaron con manos temblorosas los decretos de aislamiento. Así nacieron los reinos encerrados: estados de piedra, acero y miedo, donde la vida sobrevivía a costa del olvido.

Declaración de aislamiento, firmada en el Reino de Eltheran:

"Por mandato real, los caminos se sellan. Por voluntad divina, no responderemos al exterior."

III. Las Aldeas que la Historia Quiso Olvidar

Más allá de los muros, en la espesura del mundo quebrado, quedaron miles.

No eran guerreros ni sabios. Eran campesinos, artesanos, niños. Quedaron atrapados entre ruinas, sombras que se movían mal, y un cielo que ya no respondía a las plegarias. A su alrededor, surgieron los Árboles del Alba: gigantes vegetales que torcían el aire, distorsionaban el sonido, confundían a las bestias.

Nadie sabe de dónde vinieron. Solo que donde hay uno, las criaturas evitan acercarse. Y donde uno cae, pronto cae la aldea.

Dicho popular del confín sur:

"Donde hay un Árbol, hay canto. Donde ya no hay nada, hubo uno."

IV. La Guerra de las Creencias

Mientras los cuerpos se escondían, las almas buscaban respuestas.

Cada reino forjó su propia fe, no por revelación, sino por necesidad. En Lotus, el mayor de los reinos supervivientes, los Árboles del Alba se convirtieron en pilares sagrados. Según sus escrituras, son los restos transformados de hombres y mujeres elegidos por la divinidad. Emisarios que, al morir, no ascendieron ni cayeron, sino que se anclaron al mundo para protegerlo.

Los más santos —aquellos que cruzaron la muerte sin perderse— fueron convertidos en Árboles eternos, testigos del dolor y custodios del equilibrio.

Epístola del Emisario Kaer:

"El que vive y muere en fe, se convierte en piedra. El que lo hace con propósito, se convierte en raíz."

Pero fuera de los muros, la historia es distinta.

Para las aldeas, los Árboles no son santos, ni castigos, ni emisarios de un dios solitario. Son hermanos mayores. Espíritus del bosque que despertaron por compasión, que lloraron con la tierra al ver a sus hijos desgarrados por lo incomprensible. No se les reza. Se les canta. Se les agradece. Se les cuida.

Esta división espiritual, lejos de cicatrizar, se volvió una herida abierta entre mundos.

V. Discriminación: La Segunda Muralla

Lo que empezó como una diferencia teológica pronto contaminó todo lo demás.

Para los ciudadanos de Lotus, los aldeanos son supersticiosos, salvajes, primitivos. Para los aldeanos, los citadinos son cobardes sofisticados, encerrados en piedra, adoradores de reyes ciegos que creen que la fe se puede dictar por decreto.

Las leyes reflejan esa distancia: las caravanas rurales son inspeccionadas con brutalidad; los comerciantes sin sello citadino pagan triple arancel; los aldeanos no pueden aspirar a cargos ni puestos oficiales.

Diario de un guardia de frontera:

"Me obligan a revisar los carros de madera como si buscaran bestias. Lo que temen es otra cosa: las canciones."

VI. El Reino Interno

Lotus, en sí misma, es una contradicción contenida.

Se alza entre cuatro caminos principales, que dividen la ciudad como una cruz marcada en piedra.

El Sur, dominado por el ruido de talleres, el fuego de las forjas, el mercado y la invención contenida. Los artesanos viven entre chispas y sueños mutilados. El Norte, asiento del poder. Allí se erige el castillo, la nobleza y la milicia. Es una colmena de vigilancia, planificación y temor perpetuo. El Oeste, silencioso y severo. Graneros, arsenales, almacenes. Nada florece allí, excepto la vigilancia. El Este, donde se entrenan los soldados. El amanecer huele a sudor, gritos y disciplina. Cada espada levantada aquí es una oración muda contra el miedo.

En el centro, la Plaza del Eco. Un espacio que vibra incluso en el silencio. Lugar de rituales, proclamaciones y ejecuciones. Donde la voz oficial del reino calla a todas las demás.

VII. Última Anotación: La Verdad no Tiene Muro

Entrada final del Archivo Gris, firmada por un tal "H."

"El mundo se quebró. No en dos. En miles. Cada muro no divide solo tierra, sino memoria. Y de las memorias rotas, nacerán las próximas guerras.".

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