El escalofrío que recorrió a Michael al escuchar la voz de Dave Norton no era de miedo, sino de una fría anticipación. El pasado había llamado a su puerta, justo cuando había empezado a pensar que lo tenía bajo control. El FIB. Las mentiras. La vida que había intentado enterrar.
"Aquí vamos", Michael murmuró para sí mismo. Miró el reloj. Todavía era temprano. Tenía tiempo para prepararse mentalmente. Esto no era una negociación. Era una danza, un delicado equilibrio entre la verdad, la mentira y el poder.
Se puso una camisa limpia y unos pantalones de vestir, eligiendo un atuendo que proyectara confianza y un aire de respetabilidad. Nada de chándales. Quería parecer el Michael De Santa que se había "reformado", el hombre que el FIB creía haber creado.
El viaje al centro de Los Santos, hacia la imponente torre del FIB, fue tenso. Cada rascacielos parecía mirarlo, cada coche parecía seguirlo. Pero Michael se obligó a mantener la calma. Repasó sus puntos clave: mantener el control de la conversación, no revelar más de lo necesario, y recordar que Dave Norton también tenía sus propios secretos que proteger.
La oficina del FIB era tan estéril y opresiva como la recordaba. Pasillos grises, puertas sin nombre, un aire de vigilancia constante. Fue dirigido a la oficina de Dave Norton, un espacio minimalista con una vista panorámica de la ciudad que parecía una burla.
Dave Norton estaba sentado detrás de un escritorio inmaculado, su expresión inescrutable. Se veía más viejo, más cansado que en los recuerdos de Michael. Era el rostro de un hombre que había hecho tratos con el diablo y había pagado un precio por ello.
"Michael", dijo Dave, sin una pizca de emoción en su voz. "Siéntate."
Michael tomó asiento frente al escritorio, su postura relajada. "Dave. Ha pasado mucho tiempo. Aunque no esperaba una invitación tan... oficial."
"Las circunstancias han cambiado, Michael", replicó Dave, ignorando el sarcasmo. "Tus recientes actividades han llamado la atención. El robo del Adder de Devin Weston. La forma en que manejaste a Simeon Yetarian. Y, para colmo, tu viejo amigo, Trevor Philips, está vivo y se ha mudado a tu mansión. ¿Me vas a decir que estás viviendo una 'vida normal'?"
Michael suspiró, una actuación de cansancio. "Dave, sabes que no es tan simple. Mi vida 'normal' es una farsa que tú ayudaste a crear. He estado aburrido, deprimido. Y sí, he vuelto a meterme en algunos líos. ¿Qué esperabas? No puedo cambiar quién soy de la noche a la mañana. Y en cuanto a Trevor... ¿crees que fue mi elección que me encontrara? Él apareció, y sabes cómo es. Si no lo tengo bajo control, hará mucho más daño de lo que crees. Lo mantengo cerca para contener el caos, no para crearlo."
Dave lo miró fijamente, evaluando cada palabra. "Contener el caos. Interesante. Porque parece que el caos te sigue, Michael. Y el golpe a Madrazo... esa fue una jugada arriesgada. Martin Madrazo tiene conexiones. Graves conexiones."
"¿Y crees que fui tan estúpido como para dejar mi nombre o el de mi familia en eso?", Michael levantó una ceja. "Para eso tengo a mis... colaboradores. Mi mano derecha en el mundo tecnológico, Lester Crest. Él es el que se encarga de las operaciones delicadas, de desviar la atención. Yo solo superviso. Y por cierto, la información que se obtuvo de Madrazo es muy útil para ciertos... intereses. Intereses que tal vez compartimos."
Dave se inclinó ligeramente. "Información. ¿Qué clase de información?"
Michael sonrió, la primera sonrisa genuina de la conversación, una sonrisa de astucia. "Información sobre las actividades de Madrazo. Con quién hace negocios. Sus vulnerabilidades. Cosas que a la FIB le encantarían saber para desmantelar su red. Cosas que puedo conseguir para ti, si el precio es correcto. Y si me dejas en paz a mí y a mi familia."
Dave se recostó en su silla, sus ojos fijos en Michael. El juego había cambiado. Michael no estaba suplicando. Estaba negociando. Y ofreciendo algo de valor.
"¿Estás sugiriendo que te conviertas en un informante, Michael?", preguntó Dave, con un matiz de diversión en su voz.
"Estoy sugiriendo que, si voy a tener que lidiar con el lado oscuro de Los Santos para sobrevivir, puedo hacerlo de una manera que beneficie a todos. A ti, a mí, y a la paz de esta ciudad. Y a mi familia, que por cierto, está intentando tener una vida normal a pesar de mis 'problemas'. Si tú me proteges de las consecuencias de mis actividades, yo puedo ser tus ojos y tus oídos. Una fuente. Y puedo darte resultados. Resultados de verdad, no solo la mierda de bajo nivel que estás acostumbrado a recibir."
Dave guardó silencio por un largo momento, procesando la audacia de Michael. La propuesta era arriesgada para ambos, pero la alternativa era un Michael descontrolado y un Trevor desatado, un escenario mucho peor para el FIB.
"Necesitaré pruebas, Michael", dijo Dave finalmente. "Pruebas de tu... buena fe. Antes de que podamos considerar cualquier tipo de acuerdo. Y Trevor Philips es un problema. Un gran problema. Necesito que lo mantengas bajo control. Total y absoluto control."
"Lo haré", afirmó Michael. "Pero entiéndeme, Dave. Mis prioridades son mi familia y mi libertad. Si siento que me estás usando, o que mis seres queridos están en peligro por este 'acuerdo', me haré muy difícil de encontrar. Y toda la información que tengo sobre tus propios tratos… digamos que la haré pública." La amenaza era sutil, pero efectiva.
Dave asintió, su rostro inexpresivo. "Entendido. Mantén el contacto. Te llamaré."
Michael se levantó. "Un placer verte, Dave. Siempre un placer." Salió de la oficina del FIB, sintiéndose extrañamente aliviado. Había logrado un armisticio. Precario, pero un armisticio al fin y al cabo.
De regreso en la mansión, Michael encontró a Amanda, Tracey y Jimmy en el salón, viendo una película. La normalidad, la frágil normalidad. Se sentó junto a Amanda, sintiendo el calor de su brazo.
"¿Todo bien?", susurró Amanda.
"Todo bien", dijo Michael, abrazándola. "Solo algunas... gestiones. Pero creo que el camino está un poco más claro ahora."
Miró a sus hijos, luego a Trevor, que estaba dormido en el sofá individual, roncando ruidosamente. La vida de Michael era una balanza entre dos mundos, y él era el único que podía mantenerla en equilibrio. El juego seguía, pero esta vez, Michael De Santa no solo jugaba, reescribía las reglas.