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Renacido en GTA: Un Viaje Entre el Caos y la Redención

snoopnda
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Synopsis
"Renacido en GTA" sigue la inesperada reencarnación de Alex Mercer, un programador de videojuegos de treinta y tantos años, quien, tras un desafortunado accidente, despierta en el vibrante y caótico mundo de Grand Theft Auto V. Pero no es un NPC cualquiera: ha renacido como Michael De Santa, uno de los protagonistas del juego. Atrapado en una narrativa preexistente, Alex/Michael debe navegar por las complejidades de su nueva identidad, las peligrosas misiones, las dinámicas familiares disfuncionales y los peculiares personajes que definen Los Santos. La historia explora el choque entre la conciencia de Alex, que conoce el "guion", y los impulsos inherentes de Michael, creando situaciones tanto hilarantes como dramáticas mientras Alex intenta, a su manera, reescribir su propio destino dentro del juego. ¿Podrá Alex usar su conocimiento para mejorar las vidas de Michael, Franklin y Trevor, o simplemente caerá en el mismo espiral de crimen y violencia?
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Chapter 1 - Capítulo 1: El Glitch en la Matrix

El último recuerdo de Alex Mercer era el sabor metálico de la sangre en su boca y el sonido ensordecedor de neumáticos chirriando. Un instante antes, el semáforo estaba en verde. Un instante después, el brillo cegador de unos faros. Un camión. Una bocina. Y luego, nada. Absolutamente nada.

Así que, cuando sus ojos se abrieron, la primera sensación fue una punzada de incredulidad. No había hospital. No había enfermeras con rostros preocupados. En su lugar, el techo de una habitación de lujo, decorada con un gusto que Alex, un programador de videojuegos de treinta y tantos, catalogaría rápidamente como "ostentoso pero sin alma". Arañas de cristal, molduras doradas y unas cortinas pesadas que bloqueaban la luz del sol.

Se sentó de golpe, la cabeza palpitándole. El colchón, sorprendentemente suave, cedió bajo su peso. Miró a sus manos. Eran… diferentes. Más grandes, con venas marcadas, y lo que parecía ser un vello incipiente en los nudillos. Definitivamente no eran sus manos. Sus dedos, por lo general ágiles sobre un teclado, se sentían extraños, más fuertes.

Un espejo de cuerpo entero en una esquina de la habitación devolvió su reflejo. Y Alex Mercer dejó escapar un grito ahogado que, para su sorpresa, sonó más como un ronco bufido de asombro.

No era él.

Era Michael De Santa.

El rostro arrugado por el estrés, la barba de tres días, los ojos cansados pero con un brillo inquietante que Alex reconocía al instante de innumerables horas frente a la pantalla. El pelo revuelto. La complexión de un tipo que había pasado los últimos años entre la piscina y el sofá. La camisa de seda desabrochada revelando un pecho que, joder, ¡era el de Michael!

Alex se acercó al espejo, tocando el cristal como si pudiera atravesarlo y encontrar su propio cuerpo al otro lado. Pellizcó su brazo. Dolía. Se abofeteó la cara. Dolía aún más. No era un sueño. No era una alucinación. Estaba, de alguna manera incomprensible, dentro de Michael De Santa.

Unos golpecitos impacientes en la puerta lo sacaron de su trance existencial.

"¡Michael! ¿Estás despierto, holgazán? ¡Jimmy necesita que lo lleves a la tienda de cómics o va a explotar!" La voz era aguda, irritada. Amanda.

Alex se quedó paralizado. ¿Amanda? ¿Jimmy? Mierda. Estaba no solo en Michael, sino también en su casa. En Los Santos. En… Grand Theft Auto V.

Un escalofrío le recorrió la espalda, una mezcla de terror y una macabra fascinación. ¿Era esto una broma cósmica? ¿Una secuela del accidente? ¿Había muerto y esto era una especie de purgatorio para gamers? La posibilidad de que fuera un coma inducido por su adicción al juego era más plausible, pero el realismo de la habitación, el olor a desinfectante caro y el persistente aroma a café recién hecho de la planta baja, lo convencían de lo contrario.

Se levantó, sus nuevas piernas sintiéndose un poco inestables. Caminó hacia la puerta, su mente a toda máquina. Tenía que actuar como Michael. Tenía que recordar el "guion". Pero incluso mientras pensaba eso, una nueva idea se formaba: ¿y si no tuviera que seguir el guion? ¿Y si pudiera cambiarlo?

Abrió la puerta y se encontró con Amanda, de brazos cruzados, una ceja levantada. Llevaba una bata de seda, el pelo recogido en un moño descuidado. Se veía exactamente como en el juego, hasta el más mínimo detalle de su expresión de hastío.

"Por fin", espetó ella. "Jimmy está haciendo rabieta y Tracey probablemente ya se esté preparando para el programa de ese degenerado".

Alex, o mejor dicho, Michael, asintió, intentando mantener la compostura. Pero esta vez, en lugar de ofrecer una excusa vaga, la miró directamente a los ojos, con una intensidad que la hizo dudar.

"Amanda", dijo Alex, su voz, la de Michael, saliendo más seria y firme de lo que esperaba. "Necesitamos hablar. En serio."

La sorpresa cruzó el rostro de Amanda. Raramente Michael usaba ese tono, y menos aún tan temprano. "Oh, ¿ahora quieres hablar? ¿Después de años de ignorarme? ¿De ignorar a tus hijos?" Su voz subió de volumen, cargada de resentimiento.

"No, ahora", insistió Alex, dando un paso hacia ella. "Sé que lo he estado arruinando. Todo. Con ustedes. Conmigo mismo. Pero quiero intentar cambiarlo." Las palabras salían con una sinceridad que no eran de Michael, sino de él mismo, Alex Mercer, que ahora veía el desastre que era la vida de este hombre y sentía una extraña responsabilidad. "No quiero que te vayas. No quiero el divorcio. No quiero seguir viviendo así. Pero necesito que me des una oportunidad. Que me ayudes a cambiar."

Amanda lo miró fijamente, con los ojos entrecerrados, buscando alguna señal de la habitual burla o manipulación de Michael. Pero no encontró ninguna. Solo una expresión de genuina desesperación y algo que parecía… resolución.

"¿Estás enfermo, Michael?", preguntó finalmente, el sarcasmo en su voz atenuado por una pizca de curiosidad.

"Tal vez sí", respondió Alex, encogiéndose de hombros. "Pero estoy harto de estar enfermo. Dame una oportunidad. Por favor. Por los chicos. Por nosotros." No mencionó la infidelidad con el instructor de yoga. No era el momento. Pero la implicación de "todo" estaba clara.

Amanda suspiró, la exasperación aún presente, pero también algo más. Una fisura en su armadura de cinismo. "Bien. Pero no me tomes el pelo, Michael. Estoy harta de tus juegos. Un movimiento en falso y juro por Dios que te dejaré sin un centavo."

Alex asintió lentamente. "Justo. Sin juegos." Se dio la vuelta y se dirigió al armario. "Jimmy tiene que ir a la tienda de cómics. Yo lo llevo. Y luego... hablamos de verdad. ¿Podemos, después de que los chicos se vayan a la escuela?"

Amanda lo observó en silencio mientras se vestía, la mirada en su espalda. Una parte de ella quería reírse, quería acusarlo de otra de sus tácticas para salirse con la suya. Pero otra parte, una pequeña y casi olvidada parte, se sentía… intrigada. Había algo diferente en él. Una seriedad inusual, un atisbo de vulnerabilidad que rara vez mostraba.

"De acuerdo, Michael", dijo finalmente, su voz un poco más suave. "Pero esta vez, que sea de verdad." Se dio la vuelta y bajó las escaleras.

Alex se duchó, dejando que el agua caliente golpeara su rostro. Se sentía extraño, pero el hormigueo revitalizante del agua le ayudó a centrarse. La idea de estar en un videojuego era absurda, pero la sensación de la toalla áspera contra su piel y el vapor empañando el espejo eran innegablemente reales.

Al vestirse, notó la holgura en la ropa de Michael. El tipo no estaba gordo, pero sí tenía esa flacidez de alguien que había pasado demasiado tiempo en el sofá. Una punzada de determinación recorrió a Alex. No solo iba a arreglar la vida de Michael emocionalmente, también lo haría físicamente. El gimnasio. Eso era. Necesitaba estar en forma, no solo por el bien de la imagen, sino también por la inevitable acción que se avecinaba.

Bajó las escaleras. El olor a tostadas seguía en el aire, pero la casa estaba extrañamente silenciosa. Jimmy seguía pegado a su teléfono en el sofá, aparentemente ajeno a todo. Tracey estaba en la cocina, haciendo lo que Alex reconocía como un licuado verde.

"Jimmy", dijo Alex, su voz firme.

El adolescente ni siquiera parpadeó. "Sí, papá, ya sé, 'Levanta el trasero'." Murmuró sin despegar la vista de la pantalla.

Alex suspiró, pero esta vez, en lugar de irritación, sintió una mezcla de lástima y una dosis de la frustración de Michael. Este chico necesitaba un empujón serio.

"Jimmy, quita los ojos de esa pantalla cuando te hablo", dijo Alex, su voz ahora con un tono de autoridad que Michael raramente usaba. No era un grito, era una orden clara y concisa.

Jimmy se sobresaltó, la cabeza girando lentamente para encontrarse con la mirada de su "padre". Vio una intensidad en los ojos de Michael que no había visto antes. Los ojos que solían esquivarlo o mirarlo con aburrimiento ahora lo perforaban.

"¿Qué… qué pasa?", balbuceó Jimmy, bajando un poco el teléfono.

"Pasa que cuando te hablo, me miras", replicó Alex, dando un paso más cerca. "Pasa que te vas a vestir. Ahora. Y vamos a la tienda de cómics. Y luego, cuando volvamos, vas a ayudar a tu madre en algo. Sea lo que sea que te pida."

Jimmy abrió y cerró la boca, buscando una réplica, pero no encontró ninguna. La voz de Michael, siempre ruidosa y volátil, ahora era controlada y peligrosa. "Pero… el juego…"

"No me importa el juego", interrumpió Alex, su voz baja pero llena de acero. "Me importa que me respetes a mí, a tu madre, y a ti mismo. Ahora, ve y vístete. Diez minutos. Si no estás listo, te quedas en casa y yo llevo el coche a lavar." El coche de Michael era el tesoro de Jimmy.

Jimmy, por primera vez en mucho tiempo, pareció asimilar el mensaje. "Uh… sí, papá. Ya voy." Se levantó del sofá con una rapidez sorprendente y subió las escaleras, el teléfono finalmente bajado.

Tracey, que había estado observando la escena con una mezcla de sorpresa y diversión, soltó una risita. "Wow, ¿y a ti qué te pasa, papá? ¿Te tomaste tus pastillas de macho alfa esta mañana?"

Alex se giró hacia ella, con una ceja levantada. "Tracey, tú también. Ese licuado, ¿es lo único que vas a desayunar?"

Ella puso los ojos en blanco. "Relájate, papá. Es para la figura."

"Tu figura está bien", dijo Alex, intentando un enfoque diferente. "Pero necesitas nutrientes. Veo que sigues con la idea de ese programa. Necesitamos hablar de eso también. No me gusta nada, y quiero que sepas que tengo razones muy claras."

Tracey se cruzó de brazos, su sonrisa desapareciendo. "No tienes por qué controlarme, papá. Ya soy mayor."

"No te estoy controlando, Tracey", respondió Alex, manteniendo la calma. "Estoy cuidando de ti. Y mientras vivas bajo este techo, mis reglas importan. Así que, antes de que vayas a esa audición, o lo que sea que tengas con ese tipo, vamos a sentarnos y hablar sobre tus planes. De verdad. No quiero verte con ese tal Lazlow."

El nombre de Lazlow pareció golpear una fibra sensible. Tracey frunció el ceño. "Pero él me prometió…"

"Me importa un pepino lo que te prometió", dijo Alex, un poco más fuerte de lo que pretendía, pero recuperándose rápidamente. "Vamos a buscar alternativas. Hay otras formas de alcanzar tus metas, si es que realmente quieres ser famosa, sin tener que vender tu alma. Piénsalo."

Tracey lo miró fijamente, sorprendida por su franqueza y su repentina oposición. Era la primera vez que Michael la enfrentaba seriamente sobre Lazlow. "Bien", murmuró, "Lo pensaré". Se sentó en un taburete de la cocina, visiblemente pensativa.

Alex fue a la nevera, agarró algo de fruta y se preparó un desayuno sencillo. Se sintió extrañamente satisfecho. Los primeros golpes habían sido dados. La resistencia de la "Matrix" era fuerte, pero no insuperable.

Cuando Jimmy bajó, ya vestido, su actitud era notablemente más sumisa. "Listo, papá."

"Bien", dijo Alex. "Vamos."

Salieron de la casa. El sol de Los Santos brillaba con fuerza. Alex se dirigió al garage y subió al coche de Michael. El interior olía a cuero y a esa familiar mezcla de desinfectante. Condujo hacia la tienda de cómics, la radio sonando con alguna emisora local que Alex ya conocía.

Mientras conducía, el cerebro de Alex trabajaba a toda máquina. Michael necesitaba un cambio radical. Y Alex tenía la guía. Conocía las rutas, los atajos, las misiones. Pero lo más importante, ahora tenía un propósito más allá de "terminar el juego". Tenía la oportunidad de darle a Michael De Santa una vida mejor. Una vida con respeto, con una familia unida, y quizás, incluso, con algo de paz. Y para eso, también tenía que cuidarse a sí mismo.

"Jimmy", dijo Alex, rompiendo el silencio.

"¿Sí, papá?", respondió Jimmy, todavía un poco cohibido.

"Cuando volvamos, vamos a ir al gimnasio", anunció Alex. "Los dos."

Jimmy lo miró como si le hubiera crecido una segunda cabeza. "El… ¿el gimnasio? Pero papá, tú nunca…"

"Precisamente", interrumpió Alex, con una pequeña sonrisa. "Hay muchas cosas que 'nunca' he hecho. Pero eso va a cambiar. Necesito ponerme en forma. Y tú necesitas hacer algo más que jugar videojuegos. Va a ser bueno para los dos."

Jimmy se encogió en su asiento, pero Alex pudo ver una chispa de curiosidad en sus ojos, mezclada con el habitual desinterés. Era un comienzo. Un pequeño paso, pero un paso al fin y al cabo, en el camino para reescribir el destino de Michael De Santa.